El ángel miró al cielo y rogó a Dios poder cambiar el mundo entero para un solo hombre.
La lluvia de una noche gris le recibió. Se permitió ser bañado en pequeñas gotas un segundo y prosiguió a subir a su auto, con un camino desconocido por recorrer.
Las cosas parecían no arreglarse, por mucho que intentara ignorar los trozos dispersos por el suelo, aun escuchando el crujir bajo sus zapatos. La mirada de Sam era más melancólica con el pasar de los días y su presencia solo lo atormentaba. La distancia ya no era una decisión, era una necesidad.
Veía el dolor de su alma, queriendo repararlo, pero sabía que solo podía romperlo más con cada palabra.
Sam dejó los desayunos saludables y las caminatas mañaneras. Dejó de preocuparse por todo a su alrededor y solo dejaba su mirada vagar cada momento de silencio. No habia animo en su voz ni brillo en su mirada por nada.
- ¿Café? – Interrogó Cas, luego de un "buenos días" que el cazador también rechazó.
No hubo respuesta, y el más alto solo paso por su lado.
- Lo siento mucho. – Volvió a repetir, con Sam dándole la espalda. – No sé qué hacer para componer esto.
El castaño volteó a verle, ojos cansados por no dormir adecuadamente.
- Olvídalo, Cas. – Dijo antes de irse, blandiendo una falsa sonrisa.
Pero Castiel no iba a poder olvidarlo porque, contra cualquier creencia, Sam era de quien más se mantenía al pendiente durante los últimos años. Por más que intentara central su mirada en Dean, algo le llevaba a voltear hacia el menor de los hermanos. No podía ignorar su dolor, no podía olvidar que le lastimo.
Muy pronto Sam se vio obligado a acompañar a Dean a casos lo más lejos posibles que el mayor pudiese encontrar. Y Castiel lo agradeció, aunque Dean tampoco se despidió esta vez. Jack iría con ellos, por lo que el bunker se sentía solitario.
Una mañana cualquiera, repaso las habitaciones asegurándose del orden. No le había visto antes, pero casualmente lo vio. Se adentró sin permiso en la habitación de Sam, tomando el libro sobre su mesa de noche.
No era un título relevante, solo otra de sus historias de misterio. Pero entre las páginas amarillas, algo sobresalía. Sam había colocado allí un pequeño fragmento en enoquiano, aquella lengua que no le costó demasiado aprenderse, escrito sobre un papel arrancado de algún otro libro.
- "Te amo, Cas" – Tradujo el ángel.
¿Cómo no se dio cuenta antes? ¿Cómo no frenó esto a tiempo? ¿Realmente había algo que pudo haber hecho para evitarlo?
Colocó en su lugar el papel, cerró el libro y salió de la habitación con rapidez. Era huir, eso era huir de la verdad. Castiel lo tenía claro pero no podía dejar que las ilusiones nublaran su juicio. Era un imposible y debía quedarse en eso.
Era tentador dejar de lado las dudas y apostarlo todo a un color, el color chocolate del suave cabello de Sam. Cas quizá no perdería, pero el menor sí, perdería la oportunidad en su corta vida de encontrar a su verdadero amor. El ángel no le arrebataría eso.
Pronto encontraría a alguien más, pronto volvería la ilusión a sus ojos y pronto volverían a ser solo amigos.
El grupo regresó con la noche entrada ya, por lo que fueron directo a sus habitaciones sin mucha charla. Sin embargo, Sam regresó a la media hora, sacando algo de hielo del refrigerador y colocándoselo en la cabeza.
- ¿Estás bien? – Cas preguntó, pero su respuesta solo fue un tenue suspiro.
Atrajo al más joven hasta la silla y le obligó a sentarse. Sam se dejó hacer y terminó de relajarse cuando Castiel puso su mano sobre su frente. La migraña desapareció en un segundo, sin poner resistencia. Quizá fue causada por un caso complejo o el cansancio del viaje, pero Cas presentía que se trataba de su culpa.
Intentó apartar su mano, pero Sam puso la suya encima, cubriendo sus ojos. El menor mordió sus labios, pero no tuvo éxito deteniendo el primero de sus sollozos. Las lágrimas escaparon por debajo de las manos de ambos, y Cas se permitió acercarse un poco más.
Su mano libre terminó en el pecho de Sam, que se agitaba en un llanto incontrolable. Podía sentir su corazón latir a toda velocidad, podía percibir su alma retorcerse en dolor. Ojala pudiese curar su corazón con la facilidad con la que apartó su migraña, ojala.
Pero los humanos no eran así de simples. Castiel estaba tan desesperado por hacer algo, aun sabiendo que nada arreglaría este destrozo. Sam logró tranquilizarse y descansar. Repasó las puntas del cabello chocolate antes de apagar la luz.
- Lo siento, Sam. – Susurró al durmiente enamorado.
Y Castiel lo decidió.
Tomó sus cosas, dejó una nota sobre la mesa y se adentró en la suave lluvia que caía afuera. Se iría adonde no fuese una herida abierta para Sam, donde no pudiese dañarle.
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Hurt you.
FanfictionSam esta enamorado desde el primer día en que Castiel tomó su mano entre las suyas. Pero ese solo es su secreto, el que nadie debe descubrir, porque ese ángel nunca sera suyo. Sastiel.