̶B̶e̶f̶o̶r̶e̶ the First Side

34 6 0
                                    

La cabeza me iba a estallar. No sabía dónde estaba. Sólo oía murmullos. Susurros sordos cerca de mí. Mis pies parecían suspendidos en el aire. Con las manos todavía sobre las orejas y los ojos cerrados con fuerza, cortando el paso a las lágrimas, sólo podía pensar en si aquello realmente era la muerte. Tenía miedo. Mucho miedo. Si de verdad había muerto... ¿cómo había sido? ¿Es que me había desmayado en la cocina o algo así? ¿Un golpe en la cabeza? Seguía dándole vueltas a esos dos años de los que no recordaba nada. ¿Qué me estaba pasando? Tenía tantas preguntas... Y sospechaba que ya no serían respondidas nunca. ¿Me quedaría allí, en la nada, para siempre? ¿Era eso lo que le ocurría a uno cuando moría? Más que en toda mi vida, me arrepentía de tantas cosas... Finalmente era demasiado tarde para enmendar los errores que había cometido. Había deseado morir alguna vez, eso era cierto. Pero no así. No aún. Me sentía tan infinitamente idiota. Tan miserable. Quería ver a Collin una vez más. A mis amigos. A Freddie... Aquello era un castigo. La Parca me había castigado por ser tan egoísta y desagradecida. Por haber obrado con malicia. Por haber sido cruel. Me lo merecía. Si aquella era la penitencia apropiada por mis pecados, estaba dispuesta a asumirla. Incluso si estaba aterrada al borde de poder arrancarme el cabello de raíz, chillar hasta perder la voz y llorar hasta que mis ojos se secaran.






Los susurros cerca de mis oídos se intensificaron. Tal vez esas voces estaban allí para atormentarme eternamente. Pero entonces los susurros se convirtieron en voces distanciadas. Cada vez más próximas, se arrastraban hasta mí. Más cerca... Podía sentirlas sobre mí.



—¡Suzzi!





Sonó una palmada, mis pies tocaron tierra firme y algo tiró de uno de mis brazos para apartarme la mano de la oreja. De fondo oía una melodía que me resultaba muy familiar. Eché un vistazo, con el pavor en mis ojos casi cerrados.


—Pero, Suzzi, ¿qué puñetas te pasa? Te estaba hablando y de repente me giro y estás ahí, en tu mundo —aquello no podía ser cierto. ¿Helena?—. Si no te interesa lo que te estoy contando me lo dices y me callo, ¿eh?

Como no le respondí, resopló y se marchó de la habitación pisando con fuerza. Yo me quedé ahí parada, con la boca abierta y temblando entre lágrimas. ¿Estaba soñando, acaso? No podía ser real. Sí, esa era mi hermana Helena, pero... era una Helena de hace muchos, muchísimos años.

Con el miedo en el cuerpo, pasé la vista a lo largo de la estancia, y no podía creer lo que veían mis ojos. Aquella era mi habitación, la que tenía en mi primera casa de Londres que compartía con Helena, mucho antes de mudarme sola. Me había ido de aquella casita en 1971, cuando mi hermana había decidido irse a Liverpool de nuevo.

Me quedé estupefacta cuando mis ojos acuosos se movieron por las paredes, donde tenía una cantidad inmensa de pósters y recortes de revistas en cada hueco. En la cama había varios singles y fundas de vinilos esparcidos, al lado del tocadiscos en el que estaba sonando el álbum Yellow Submarine de Los Beatles. Me acerqué enseguida al forro del disco. Estaba en 1969. Recordaba perfectamente el día en que había ido a comprar ese disco, en cuanto salió. Estaba en el pasado, por muy absurda que me pareciera aquella afirmación.

Me sequé las lágrimas que me resbalaban por las mejillas. No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. ¿Acaso me había desmayado de verdad y estaba soñando? ¿Tal vez eran alucinaciones? Fuera lo que fuera, aquella situación era inconcebible. Y de alguna forma me hacía feliz.

—¿Estás llorando? —Helena me asustó apareciendo en el umbral de la puerta, con los brazos cruzados mirándome de rodillas en el suelo junto a mi cama—. ¿Qué bicho te ha picado?

No tenía más de 15 años, era sólo una niña, pero como siempre seguía pareciendo mayor y más madura que yo. Llevaba el pelo rubio recogido en una trenza y sus ojos azules me juzgaban sin piedad.

—Suzzi, en serio —dijo mientras yo me ponía de pie y me acercaba a ella. La abracé pillándola por sorpresa, a lo que respondió intentando apartarme—. ¿¡Y ahora qué te pasa!? Estás muy rara, ¡suelta!

Me separé de ella y la observé como si hiciera siglos que no la veía. Volviendo a dedicarme una mirada repelida me dejó allí y se marchó de vuelta a su habitación, no sin antes asomarse y decir: —Si te vas a ir con Regina al Kensington será mejor que dejes de actuar como una chalada y te des prisa, ¡porque va a caer un buen aguacero hoy!

—Con Regina al Kensington... —repetí en voz alta cuando cerró la puerta. No podía ser lo que estaba pensando. ¿Sería justamente ese día? Era imposible que fuera mera casualidad.

Giré sobre mis talones y me di un paseo por mi habitación, hasta pararme frente al espejo de mi antiguo tocador. Me senté frente a él y me observé fijamente. Seguía costándome horrores ver aquella situación con objetividad. Ahí estaba, mi yo de 22 años, devolviéndome la mirada. Llevaba sombra de ojos morada, algo dispersa por estar llorando, tal y como solía hacer cuando era tan joven. Mi pelo estaba más bonito que nunca, y no pude evitar pasar mis dedos entre los rizos como si fuera la primera vez que los veía. Y en ese momento lo recordé. Bajé la vista inmediatamente a mis pies, pero no las llevaba puestas. Me agaché debajo del tocador y busqué por toda la habitación, hasta que aparecieron debajo de la cama. Un par de zuecos de plataforma de color púrpura nuevecitos me saludaron como si fueran cómplices de las circunstancias. Y como un resorte me puse en pie y lo pensé.

Estaba en 1969. Estaba en el pasado. Lo que significaba que todas las decisiones más importantes de mi vida aún no habían sido tomadas. ¿Estaba dándome la vida una segunda oportunidad? ¿Era eso? No había nadie allí para contestarme, pero no me hizo falta. Era evidente. Me habían dejado justo en el día en que todo empezó. Sólo tenía que volver a empezarlo y cambiar todo lo que había salido mal. Todo el dolor, todos los errores, ¡podía evitarlos!

Tomé aliento como si fuera la última bocanada que se me permitiera tomar. Tomé asiento sobre la cama, justo cuando Sea of Time sonaba en el tocadiscos. Me agaché y me coloqué aquellos zuecos que tanto había odiado una vez, y que tan feliz me habían hecho en ese momento. Cuando acabé, me llevé la mano al reloj de mi muñeca, que por entonces ya tenía. Eran casi las tres. Recordaba haber salido un poco más tarde de esa hora la primera vez, así que tenía tiempo. Estaba preparada. O eso creía. No sabía qué le iba a decir a Freddie Mercury cuando lo conociera una segunda primera vez.

KEEP YOURSELF ALIVE #3: Both Sides Now ♕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora