CAPÍTULO 1 Draco

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PARTE UNO

EL REY DRAGÓN


El viento me arrastra, es potente, irrompible. No puedo contra él.

Trato de detenerme pero mis esfuerzos son en vano.

Tiran de mí.

Mi cuerpo pesa menos que nada y yo no puedo frenarme. Trato de clavar mis uñas humanas en la tierra negra, con la esperanza de encontrar una raíz a la cual aferrarme, pero no obtengo nada; nada más que simple tierra suelta.

El viento termina por arrastrarme.

Los árboles pasan a mis costados velozmente, rasguñando mi cara y provocando golpes intensos en mis brazos y piernas.

Comienzo a desesperarme, mas trato de concentrarme lo suficiente para lograr despertar. He tenido el mismo sueño los últimos cuatro años. Siempre es igual, siempre es el mismo.

«Draco...» —me llama. Ella es mi tortura, mi mente no puede seguirme atormentando de esta manera. No así.

—Ya basta... —logro decir, pero el viento es tan poderoso que soy llevado hasta ese lugar que tanto dolor me ha traído.

Los árboles desaparecen por completo y el acantilado se ilumina ante mi llegada. Los barcos caleses arrojan flechas hacia los soldados lombarenses que intentan contenerlos. Escucho el sonido de las flechas al incrustarse en la carne de los objetivos trazados.

Quiero bloquear mis sentidos. Quiero dejar de ver y dejar de escuchar. Deseo hacerlo porque sé lo que pasa a continuación.

«Mi amor, ayúdame por favor...» —la escucho nuevamente y quiero gritar. Está detrás de mí, lo sé, siempre es igual.

—Elena... —pronuncio como un susurro que es rasgado por los vientos, llevándoselo en silbidos plagados de súplica.

Me dejo caer de rodillas en la tierra y tapo mis oídos con las manos, esperando que todo esto termine pronto, aguardando que mi mente deje de torturarme. Pero mis ojos traicioneros se abren porque necesito verla, porque necesito convencerme de que yo soy el responsable.

«Yo la dejé».

Giro mi cabeza y la veo... es mi Elena, parada junto al acantilado. Es igual a como yo la recuerdo. Su cabello rojo está suelto y se mueve en dirección al viento, como si se tratara de una bandera ondeando vehementemente en una sola dirección. Lleva puesta su pijama blanca, la misma que usó cada noche que estuvo a mi lado, misma que gusté de arrancar cada que quería, solamente para sentir su piel desnuda contra mi pecho. Sus ojitos verdes lloran despavoridos; tiene miedo y yo no puedo moverme de donde estoy. Estoy clavado al suelo.

Hay fuego detrás de ella debido al combate que se desarrolla en la playa de Lombar. Los guerreros pelean arduamente, pero no es suficiente. Escucho las trompetas al son de retirada y los lombarenses corren tratando de salvar sus vidas, pero los caleses gustan de acabar con todo, se complacen de usar las catapultas desde sus barcos, direccionadas a sus oponentes. Desean asesinar a todos, eso es lo que mejor hacen.

Las hordas de Ariana son conocidas por acabar hasta con el último hombre que haya tenido la osadía de enfrentarlos.

Las rocas resuenan en los montículos arenosos que forman el acantilado. El suelo se rompe por debajo de los pies Elena y cae al vacío antes de que pueda hacer algo por atraerla a mí. Mis pies están adheridos al suelo, no puedo moverme, no puedo correr hacia ella, no puedo salvarla.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora