CAPITULO 34 Draco

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El ambiente huele delicioso. Es una combinación del aroma de Elena y el mío. Puedo respirarlo por toda la habitación, llenándome de sensaciones frescas y nuevas ilusiones que no sé si debo sentir.

Habíamos hablado de muchas cosas, entre ellas su verdadera razón para querer el libro de Oberón, pero no habíamos esclarecido qué pasaría con nosotros. ¿Lo volveríamos a intentar o qué significaba esta noche para ella? Porque sólo cuento con mi lado de la respuesta y puedo asegurar que lo único que quiero es estar con ella y mi hija.

No puedo dormir, pasa de la media noche y no he podido pegar el ojo. Elena duerme plácida, envuelta en mis brazos. Su pequeño cuerpo luce minúsculo a mi lado y la sola idea de que esta mujer de dimensiones diminutas sea tan fuerte y tan letal, me hace sentir un orgullo en el pecho que no sabría describir correctamente.

Esta mujer no necesitaba que la protegieran, al contrario, ambos nos protegeríamos.

La abrazo más y ella se menea ligeramente, pronunciado algo inteligible que me causa una risilla que intento ahogar con mi mano para no despertarla. Se acomoda aún más en mi pecho desnudo y se clava a mi axila, como si tratase de escapar de la luz. Es entonces que puedo darme cuanta de que las cortinas no han sido cerradas. La luz de la luna sigue pasando a través de las cortinas. Lo que debe no permitir que Elena descanse del todo.

La hago a un lado con mucha delicadeza, trato de hacerlo despacio para no despertarla. En cuanto la veo acomodada sobre la cama, con los pechos envueltos en las sábanas y el culo al aire, me viene una oleada de felicidad que no creí volver a sentir.

Leo el tatuaje en su cadera, el que lleva mis iniciales «DICG» y un raudal de recuerdos me llevan a soltar una sonrisa de satisfacción.

Debo confesar que una parte de mí, muy en el fondo, creyó que esto nunca volvería a pasar. Cuatro años fueron demasiado. No perdía la esperanza, pero mi subconsciente me gritaba que permanecería solo en este lugar por el resto de mis días. Y aunque prefería hacerlo a compartir mi vida con alguien más, el tener a Elena aquí representaba un verdadero alivio al caos interno que padecía. Ella era la cura a todas mis dolencias.

Era sorprendente el sólo pensar que los espasmos habían desaparecido, que el dolor se había esfumado por arte de magia y que de nuevo tenía motivos para sonreír. Todo gracias a ella, a la mujer que se mostraba en su faceta más vulnerable sobre la cama y que a pesar de ello podía ser letal. Mi pequeña brujita.

Camino hasta el ventanal y extiendo las cortinas gruesas que hacen totalmente oscura la habitación. Busco mi pantalón en el suelo y me lo pongo, para posteriormente dirigirme al sillón individual junto al ventanal y dejarme caer para observar desde ahí la silueta de mi esposa.

Era irreal tenerla aquí conmigo.

Estaba tan anonadado que ni siquiera podía pegar el ojo, deseando que Elena despertarse y me abrazara nuevamente, que me dijese algo que asegurara que jamás volvería a irse. Aunque sabía que eso no era posible.

Todavía no podía aceptar un destino tan cruel para ella, uno en donde no había futuro, uno en donde no estábamos juntos.

No quería pensar en perderla y todavía dudaba mucho que hubiese una manera de hacerme permanecer en el mundo sin su alma. Físicamente no podía estar sin ella por demasiado tiempo y sin su alma... Era algo imposible, pero había visto a Elena tan afligida por dejar a Darla sola que no pude negarme. Y también tenía algo totalmente definido; no permitiría que le pasara nada. Para eso estaba yo, para protegerla y me aseguraría de que estuviese a salvo.

No iba a perder la fe en esto. Los dioses no podían ser tan crueles como para entregármela, permitir que viviera cosas maravillosas a su lado y luego me fuera arrebatada.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora