CAPITULO 59 Elena

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Por mayoría de votos se ha decidido que John Nero sea ejecutado en Goll. Con esto se espera dar redención a las tres naciones que forjan Oberón; Quebereck, Gale y Goll, ya que todos coinciden en que ofendió a todos por igual.

Nada más salido de la realidad.

Respiro pesadamente; uno, dos, tres, cuatro. «Concéntrate, Elena». Debo seguir este proceso por varios minutos hasta que me siento no trepidar, hasta que siento mis manos dilapidarse a mis costados, rendidas.

Mi cadera está sostenida por un piso frío, mis piernas están desperdigadas, cubiertas por la falda de mi vestido, que se apelmaza a mis contornos con desenvoltura.

Es terrible verme en esta situación; sentirme tan desplazada de mí, de la realidad, de lo que quiero ser en verdad, pero debo hacerme a la idea de que lo que soy es más fuerte que mi anhelo de ser mejor persona, de ser alguien de quien mis hijas puedan sentirse orgullosas. Soy un monstruo; esa es mi realidad y como buen ser oscuro, soy visceral, irracional. No me siento orgullosa de estar aquí, a unos cuantos metros de la entrada a esa torre, viendo de reojo cómo los guardias que custodian la puerta se pasean de un lado a otro en su rutina de patrullaje.

John Nero lleva escasos tres días en este lugar y ya he imaginado mil maneras de asesinarlo y en mi mente todas terminan de la misma manera; con su corazón en mis manos, con su sangre bañando las paredes y con mi alma trastornada hasta el punto de volverme un ente salvaje. No puedo ni imaginarme saliendo de mí, siendo ese sujeto que disfruta de matar a cuanto se le pone enfrente.

Una lágrima corre por mi mejilla, es inevitable que mi alma buena, o lo que queda de ella, no quiera pelear, no me grite que necesito salir de aquí, que debo dejar de respirar el aire que seguramente llega hasta mi víctima para retornar a mí. Compartir eso enerva mi sangre hasta el punto en que rebulle para hacerme saber que esto es lo que quiero.

Cierro mis ojos y sigo respirando, sigo haciéndolo hasta el punto en que mi memoria se funde en un hecho del pasado, en lo que fue y será uno de los tormentos más arrebatadores de mi existencia.

—¡Deténganla! —grita un joven a mis espaldas. Con tan sólo escucharlo sé que no tiene más de catorce años. Acaba de empezar su vida, su historia y yo quiero acabar con ella, simplemente por atreverse a pararse frente a mí. Nadie debe ponerse frente a mí, nadie debe retarme.

Tres chicos llegan por delante, impidiéndome seguir avanzando.

—¡No queremos hacer esto, mi señora! —grita un pelirrojo que me recuerda un poco mi hermano Axel. Empuña sus manos hacia el frente, confirmando que liberará su energía hacia mí, me amenaza.

Me rio de su estupidez, es demasiado altanero si cree que va a vencerme, nadie puede vencerme. El que yo esté aquí sólo demuestra un descuido, pero esta vez no tendré tropiezos en el camino. Llegaré hasta Arax y clavaré un puñal en sus entrañas. Vengaré a mi familia, a mis amigos y a todos los que han sufrido bajo los influjos de su yugo.

Ni siquiera es necesario verles, entorno mis manos hacia el suelo y este se parte en dos, derribando a los muchachos, demostrándoles que no van a poder conmigo, no hoy.

Sigo mi camino, uno de los chicos abatidos se deja llevar por un impulso y me toma por el tobillo, mis ojos viajan en su dirección, su rostro agitado me observa desde abajo; con esa cara que pasa por ese proceso de cambio; al ser un niño y convertirse en un adulto. «Es una pena, es un niño». No es necesario señalarlo, no es necesario blandir mi fuerza, con tan sólo imaginarme retorciendo su cuello con las manos, el chico comienza a perder el color, tornándose a un tono púrpura que ya conocía con mucho detenimiento, ya lo había visto muchas veces antes. Este era el rostro de la muerte, el olor a un cuerpo consumido en cuestión de segundos.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora