CAPITULO 62 Elena

202 26 0
                                    


Me siento exhausta, cada músculo me duele, siento como si me hubiesen roto todos los huesos del cuerpo, creo que incluso me duelen los dedos de los pies, sin ser exagerada. Si creía que traer a Darla al mundo había sido duro, traer gemelas había rallado en la demencia. No podía creer haber pasado doce horas lloriqueando por el dolor para luego sentir que literalmente me abrían en dos, cual sandía en pleno verano.

Ahora mismo las gemelas duermen en la cunita que han dispuesto a mi lado. Han venido a ofrecerme el servicio de una nodriza, mismo que he rechazado contundentemente. Si alguien debería encargarse de alimentarlas sería yo. Por otro lado, Darla había ido y venido de sus lecciones todo el día. Podía ver los celos de mi hija al ver a las nuevas bebés, pero eso no la exiliaba de la ternura que podían generar. Agatha y Adele eran enternecedoras, parecían dos muñequitas de porcelana; con esos cabellos rojos, su piel aperlada, mejillas regordetas y ojitos azules. No podía sentirme menos agradecida con la vida por haberlas hecho mis hijas.

Giro mi cuerpo, tratando de contener ese espasmo de dolor posterior a las horas de parto, mucho menos intenso, pero al mismo tiempo muy doloroso. El vientre inflado volvía a su estado original con el pasar de las horas y era tan delicado el proceso que en ocasiones debía apretar los dedos de los pies para soportar la intensidad.

Mis hijas duermen apaciblemente, una al lado de la otra. Notamos que no les gusta estar separadas, debe ser porque estuvieron juntas nueve meses en mi vientre y ahora mismo el reto de la vida les parece extraño, nuevo. El despertar de ese aletargado y cálido sueño no debe ser una visión fácil de superar.

—Están bien —me asegura Draco al oído, reacomodándome en su brazo.

Se había tomado el día para estar con nosotras y no podía sentirme menos agradecida. Estaba exhausta y tenerlo conmigo al menos me daba unas horas de descanso.

—Hace mucho que no cuido de un bebé, creo que todo se me ha olvidado —le confieso entre risas doloridas. Él se ríe, tratando de no hacer ruido y despertar a las gemelas.

—Yo me siento de la misma manera, mi amor, pero aprenderemos juntos —susurra, luego besa mi mejilla y vuelve a acomodarse a mi lado. Al igual que yo, no logró dormir más que unas pocas horas y su cuerpo necesita reposar—. Tenía que decirte algo, pero no sé si sea oportuno en este mismo momento —inevitablemente llama mi atención, así que incorporo mi cuello para alcanzar a verle a los ojos, instándolo a decirme lo que sucede—. Así como tuve que presentarte a ti y a Darla ante el pueblo, debo hacerlo con las gemelas. Sé que estás cansada, preciosa, no quisiera tener que importunarte, pero son normas a las que tengo que ser fiel —su semblante es de pesar, aflicción, como si sintiese pena al recordar que debe ser un rey ante todo.

Lo callo con un beso aprensivo, aferrando mi mano a su nuca para que no se separe de mí. En el momento en que nos apartamos Draco suspira, maravillado.

—Lo entiendo —le digo sin duda—, dame un par de horas para estar lista y al menos dormir una...

—Podemos tomarnos más que eso, preciosa, descansa —besa mi sien con ternura y vuelve a acomodar la cabeza detrás de mi cuello, donde mi cabello suelto está deshilachado y puede apreciar mejor su aroma. He notado que no le molesta tenerlo en el rostro, al contrario, busca la manera de estar enmarañado entre las fibras sin protestar, disfrutando del olor.

Recordaba el día en que Draco nos presentó en el balcón de la estancia principal del palacio rojo. Lugar donde se llevaban acabo los bailes y reuniones fungidas debidamente por altos mandatarios y personas bastante importantes. No había tenido oportunidad de asistir a ninguno porque en tiempos de guerra, un país debía volverse austero, pero tuve oportunidad de posarme por ahí el día en que Draco nos mostró formalmente ante Goll.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora