CAPITULO 20 Elena

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Las fibras sensibles de mi cuerpo se retuercen al contacto con el aire de este lugar. Es desesperante sentir tanto frío y no poder entrar en calor, y es que uno de los efectos de este sitio es hacerte sentir en desesperación, bajo los influjos de lo que el mundo tiene para la gente tonta que se aventura a entrar aquí.

Unas manos cálidas me envuelven y me arrastran hasta su pecho. Edward, el medio hermano de Draco, se aferra a mí para darme un poco de su calor. Tal vez no pudiera convertirse en dragón en este lugar, pero su calor corporal seguía siendo elevado y por más está decir que él no tenía ni un poco de frío.

De inmediato logra su cometido, porque los escalofríos que recorrían mi espina dorsal han desaparecido considerablemente.

Habíamos estado todo el día tratando de dar con el templo donde el libro de Oberón descansa, pero nuestros esfuerzos se vinieron abajo al comenzar a notar que caminábamos en círculos. Exhaustos, hambrientos y llenos de frustración, decidimos quedarnos a descansar en un sitio que consideramos seguro.

Marcus intentaba prender una pequeña fogata para calentarnos y Gabriela se pegaba a Ed tanto como podía, aunque podía asegurar que más que calentarse trataba de hacerme enfadar. Todo el camino intentó exasperarme, viéndome peor que a una rata metida en su falda, diciendo cosas hirientes como «no sé qué pudo haber visto un príncipe en una mujer como tú», «no tengo dudas de que eres la peor calaña que le pudo pasar a Goll», «¿una reina? ¿Tú? No me hagan reír...», todo el bendito tiempo. Estuve a punto de sucumbir a mis instintos y propinarle un buen puñetazo, pero ahí estaban Marcus y Ed, tratando de hacerme entrar en razón.

—Ya casi —afirma Marcus, soplando y poniendo cuanta fricción puede entre las rocas y la rama que lleva mucho tiempo tratando de hacer que prenda.

—Me gustaría tener mi fuego ahora mismo —dice Ed. Yo acaricio su brazo y él me pega más a su pecho.

Es cuando algo sucede.

Las ramas comienzan a moverse ante el sonido del viento y la risa de una chica se cuela entre las hojas en tonos oscuros.

Todos giramos en dirección a la dulce voz, que nos tienta a voltear para tratar de encontrarla.

Sé lo que son —deseos, deseos profundos que se materializan en tu más grande anhelo y te reducen a un simple cuerpo sin vida. Las criaturas del Esben eran famosas por hacerte sucumbir a tus instintos, a tus miedos y al mismo amor. Usaban tus sentimientos en tu contra para conducirte a una muerte segura.

Ed gira la cabeza una y otra vez, buscando, casi puedo ver el deseo reflejado en su rostro y me preocupo al instante. Ahora sabía a quién intentaban tentar.

Tomo su rostro entre mis manos y lo hago mirarme a los ojos.

—¿Ed? —no responde, sus ojos se encuentran perdidos en mi rostro, en mis ojos—. Ed, por favor, no me hagas esto...

Es inútil, está tan perdido, tan embobado que no veo lo que viene a continuación.

Pega sus labios a los míos y me da el beso más apasionado que he recibido en años. Trato de hacerlo hacia atrás porque sé que se encuentra bajo los influjos de lo que sea que esté asechando su mente, pero no responde.

Giro mi cuerpo, tratando de separarme. No cede. Entonces mi espíritu combativo sale a flote y le meto el puñetazo que debí darle a la castaña clara que nos observa con desaprobación.

Lo golpeo tan fuerte que cae de nalgas al suelo, tan desorientado que puedo intuir que en verdad no sabe lo que ha pasado.

Zarandea la cabeza de lado a lado y nos observa desde el suelo.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora