EPÍLOGO Draco

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Dos días después...

Camino por la playa, mis pies enfundados en unas botas negras patean la arena oscura. Ha anochecido por completo, dos días es lo que llevo aquí y ni siquiera lo he sentido como eso. En realidad, no sé qué sentir. Había pasado estos días tratando de desenmarañar mi mente, especulando en lo que sería mi vida de aquí en adelante.

Por un momento creí que terminar con todo sería lo mejor, de qué le servía al mundo tenerme aquí, varado en medio de dos mundos, porque eso es exactamente lo que sentía; estaba estancado entre el reino de los vivos y el de los muertos, una parte de mí quería quedarse y ver a mis hijas crecer por el tiempo que fuese, otra parte anhela irse.

Pateo una roca y sale despedida a las aguas del mar, chocando contra las olas que hacen pequeñas secuencias de burbujas al topar con la arena negra de esta playa.

Después de la muerte de Arax, vencer a sus tropas no nos supuso un problema de fuerza mayor. Los hombres de brea habían perecido al mismo tiempo que su creador, dejando el camino libre a mi ejército, que arremetió contra soldados caleses, comunes. Habían peleado un día entero por retomar el control del fuerte Drognock, pero después de mucho intentar, de perder cantidades obscenas de soldados, al fin decidieron tocar el dulce eco de retirada y emprender su regreso a Calar. Abel se había encargado personalmente de escoltar a los ejércitos hasta las costas del sur, donde sus barcos reposaban, esperando por su regreso.

¿Por qué no los maté? ¿Por qué no los convertí en mis prisioneros? Simplemente me di cuenta de algo importante, ¿de qué me valía la muerte de esos hombres? ¿En qué me beneficiaría? Lo hecho, hecho estaba, no importaba cuántas muertes diéramos, no importaba cuánto terreno ganásemos, lo único real era que las personas que amábamos y perdimos en esta guerra, no iban a volver nunca. Ya ni siquiera podía decir que me beneficiaría al poder tener a Elena todo el tiempo conmigo, ya que después de aquella batalla y de haberle pedido que se fuera, no había vuelto a verla. No importaba cuántas veces la hubiese llamado, o cuántas veces me hubiese puesto de rodillas en mi tienda, pidiéndole volver a mí, su ausencia había creado un nuevo vacío en mi pecho, me sentía incompleto de muchas maneras.

Sabía que su alma seguía aquí, junto a mi corazón, suspendida en ese lugar de encierro provocado por mi maldición, de otra forma ya no estaría respirando, de otra manera hubiese caído muerto desde hacía días.

—Vuelve a mí... —susurro, esperando una respuesta después de miles de intentos, lo digo con desgana, lo digo con cansancio. Ya no sabía de qué manera hacerle regresar, ¿tendría que arrepentirme por el resto de mis días por haberle pedido que se fuese?—. ¡¿Es un maldito castigo, Elena?! ¡Porque déjame decirte que ya no lo soporto! —grito a las olas, arrojando puñados de arena con las piernas, desquitando mi coraje y todos esos sentimientos que no me dejaban respirar, comer o descansar.

Nuevamente caía en la misma vertiente de la que había sido presa tras la muerte de Elena. Nuevamente el contacto humano era insoportable, intolerable. Ni siquiera tenía la fuerza necesaria para acudir de vuelta a mis hijas.

Los dioses me habían entregado a Elena para forzarme a ejecutar su plan y ahora me la quitaban tan fácil como si a un niño le arrancaran un caramelo de las manos. Elena fue mi incentivo, mi ancla al mundo real, mi motivo para seguir con vida y ahora que no estaba, ahora que pasaba mis horas sin verle, sin escucharle, rogaba a los dioses que me llevasen.

Ya no podía más.

Ya no tenía más lágrimas que derramar, todas las había agotado el día anterior, gritando desesperadamente: «regresa a mí». Estaba seguro de que aquellos que me hubiesen escuchado jurarían que perdí la razón, y es que tal vez sí lo hice, tal vez este era el verdadero pozo, el fondo de mi pena abrazándose a mi alma para dejarme en la ruina.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora