La mañana del cuarto amanecer nos cubre de sus destellos solares, brotando por las inmediaciones de toda la habitación, que de pronto se ha vuelto resplandeciente ante mis ojos. Hemos compartido la cama individual, acoplando nuestros cuerpos a la perfección; entrelazándonos.
Su hermoso cabello caoba cae sobre mi mejilla y mi pecho, dejando su característico olor a naturaleza, a un bosque encantado que bien podría estar habitado por hadas. Se me cuela entre los huesos, lo olisqueo tanto como puedo, absorbiendo estos momentos, los que podrían ser escasos, contados.
Draco era magia, mi magia y yo aprovecharía cada amanecer, cada tarde, cada madrugada de los instantes más felices que me otorgaban los dioses.
Draco se remueve, inquieto, eleva su rostro divino en mi dirección y me ofrece una encantadora sonrisa. Sus ojos azules brillan, encantados. Puedo asegurar que se siente complacido al haber despertado casi encima de mí, como si no tuviese suficiente de mi cuerpo, de mi olor, como si el espacio no fuese necesario entre nosotros.
«Dioses, cómo lo amo».
—Hola, mi amor —pronuncio, pasando mis dedos entre las hebras de su cabello. La voz enronquecida al no ser usada después de tantas horas.
—Hola, preciosa —su sonrisa es encantadora, enternecedora. Me arrastra hasta lo más profundo de la felicidad—. No sabes cuánto te he extrañado... —besa mi cuello con delicadeza.
—No sabes lo feliz que me hace tenerte así, justo así —pego mi nariz a su frente y posteriormente deposito un beso ahí mismo para acarrear un camino que lleva hasta sus labios. Draco se estira ligeramente, apretándome contra su pecho, tomando mi rostro entre sus manos para afianzar el beso; labios con labios, pecho con pecho. La pasión realzada entre mil partículas olfativas, entre mil caricias que se convertían en algo más, en nuestra esencia del ser estando juntos.
De pronto es como si las heridas no existieran, como si mi muslo no palpitara ante la herida que comenzaba a cicatrizar, como si mis manos no se sintiesen en llamas ante el mínimo roce.
Su cuerpo cálido es toda la cura que necesito, así sea sólo por un instante yo lo tomaría para hacer de este momento uno de los más memorables.
Un estruendo se escucha en la habitación, retumba por los corredores, en los muros, en los plafones. No proviene del interior, sino del exterior del lugar.
Draco vocifera una maldición, separándose de mí delicadamente, a fin de no hacerme daño. Se pone de pie de inmediato para poder asomarse por la ventana, y observar las lejanías.
—Están aquí —anuncia, la preocupación tiñendo su voz hosca. Voltea a verme con los puños apretados, la espalda tensa—. Debo ir, mi gente me necesita —su manera de hablar me indica que lo que menos desea es tener que separarse de mí, pero que no tiene otro remedio.
—No deben pelear solos por Goll, lo entiendo. Iré en un momento. Haré frente a esto, a tu lado.
—No es necesario, yo...
—Draco —interrumpo—, no voy a quedarme encerrada mientras todos pelean afuera. Es mi responsabilidad mantenerte a salvo.
—No lo es, puedo hacer esto solo —afirma, con ira fluyendo de sus ojos—, es más, te ordeno que te quedes aquí, Elena —está furioso, es evidente.
El tono de voz que usa cuando trata de imponerme su voluntad me fastidia, me enoja tanto como si decidiese escupir mi rostro y llamarme prostituta.
Otro golpe hace que la habitación vibre y que el polvo caiga a un costado de nosotros.

ESTÁS LEYENDO
DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!
RomanceDos amantes separados por el destino. Un rey herido. Una hechicera que es la debilidad de un dragón. Un reencuentro picante. Bienvenido al reino donde gobierna el dragón