CAPÍTULO 77 Draco

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Como lo había supuesto, la pérdida de mi pareja trajo consigo un estado de ahogo del que poco pude salir. Era como estar en una habitación oscura, sin ventanas ni puertas, era como estar en medio de ese cuarto sin nada y tener que permanecer ahí por siempre. Mi prisión y mi soledad unidas forjando un muro sobre mis hombros.

No había dormido en días, no había comido y poco me importaban esas necesidades primarias, ya nada me importaba, sólo mis hijas, quienes me visitaban de vez en vez, mismas ante las que yo tenía que fingir y salir por voluntad propia de aquella habitación mental para encubrir mi falta de estabilidad.

Mi fragilidad era inmensa, mi dolor un caos en medio de un mar salvaje de emociones negativas. Ya no había cabida para nada más que no fuese la manera de destruir a Arax. Ese era mi objetivo y mi nuevo discurso personal. Destruirlo y verle morir lentamente, eso deseaba más que nada en el mundo.

Venganza, la necesitaba, esa palabra había tomado una nueva dimensión en mi vida.

Tratar de dormir en mi cama fue toda una proeza, tratar de acostarme sobre ese colchón, a sabiendas de que Elena había compartido sus últimos años ahí conmigo, me llevaron a odiar el objeto en sí, en realidad, no quería tocar nada en esta habitación, su olor seguía en el espacio y yo sólo quería meterme día tras día en esa caja oscura hasta que llegase el momento de ver a Arax a los ojos y demostrarle lo que es un dragón enfurecido, un dragón al que han arrancado parte de su vida y de su misma esencia.

La madrugada del quinto día después del velorio se extendió por los cielos, tornando la noche espesa. Había llovido los últimos días, era como ver mi caos en primera fila. Mi país lloraba como yo lo hacía.

No sabía de dónde había sacado tantas lágrimas, pero estas no parecían tener fin. Uno pensaría que llegado el momento dejaría de llorar como un niño abandonado en las calles, uno pensaría que llegado el momento las lágrimas se detendrían y que podría al menos meterme en silencio en mi celda mental, para no ver la luz del sol.

Pero el momento no venía y dadas la circunstancias, debía resignarme en algún punto y seguir de la manera en que pudiese.

Me había obligado a recostarme en la cama, lo hice lentamente, tanteando la reacción física de mi cuerpo, así como la mental, que era más peligrosa que la primera. Al tocar el elemento me di cuenta de que no podría ver hacia el lugar que ahora se encontraba vacío a mi lado, precisamente por ello, porque estaba desocupado, porque no vendría ella a llenarlo nunca más para colmarme de su pasión, de su entrega y de su amor, de sus noches de descanso, de sus noches de frustración y de alegría. No volvería a ver su sonrisa y mucho menos la escucharía. Ella viviría en mi memoria por el resto de mis días y tendría que vivir conformándome con aquello.

Después de Elena no había vida, eso era seguro, porque no la sentía como una. Este era el verdadero vacío, pero curiosamente no dejaba de sentir ese vínculo que nos unió desde un principio. Era todavía más fuerte, intenso. Pensé que de alguna manera retorcida, el vínculo moriría con ella y sólo dejaría un cuerpo vacío, sin vida en tierra de hombres. Pensé que me convertiría en alguien vano, plano, pero en cambio seguía aquí, sintiendo más que nunca, sin parar.

Al menos me quedaba el consuelo de que lo que vivimos sería eterno; en mi corazón, en mi alma, ella seguiría viviendo. Mi añoranza era que un día ambos mundos volverían a estar unidos. Que mi vida cobraría sentido una vez más.

Pero Elena no estaba aquí, esa era la realidad, ya no estaría más, de qué valía que yo la siguiese sintiendo, ¿no era acaso una forma más de demostrarme que no había nacido para ser feliz?

«¡Al infierno con todo!»

Obligando a mi subconsciente a darle la espalda a este lugar, que alguna vez fue mi paraíso personal, es como logro cerrar los ojos y tratar de dormir.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora