Había pasado las últimas horas encerrado en la biblioteca, revisando los últimos detalles para que la iniciativa a la educación se aprobara de manera formal. Era pasada la media noche y todo el cuerpo me dolía descomunalmente. En este mismo momento sería estupendo poder desplegar las alas y volar un rato, tal vez dormir en mi verdadera forma sobre un árbol, pero pesaba más mi deseo de ver a Elena, aunque ya estuviese dormida.
Al entrar al pasillo que conecta con las habitaciones, noto cómo Teo hace una reverencia y entra a la habitación que se encuentra justo al lado de la que comparto con mi esposa. Esa era su función —se paraba en el pasillo y no se iba a su habitación hasta verme entrar en la mía—. Protegía a Elena, dándole suficiente espacio como para que no se sintiera incómoda de tener a un hombre tan cerca estando sola.
Entro en la habitación y me encuentro con un centenar de velas encendidas por todas partes. Las tenues luces cubren los muebles y toda superficie que tuviese un soporte rígido. Eran tantas que el ambiente se vuelve propicio para una velada romántica.
Sonrío como un estúpido enamorado, ilusionado.
—Me alegra que estés aquí —Elena llega desde atrás, pasado sus brazos sobre mi abdomen y pegando su mejilla a mi espalda.
Tomo su mano y la hago girar para poder tenerla de frente, en ese momento noto que trae puesto un fondo trasparente sin nada abajo, mismo que me permite ver todo. Todo. Siento el fuego subir por mi garganta y me veo obligado a apagarlo con la lengua, provocando ese incesante vaho que evidencia que me encuentro extasiado con la maravillosa vista.
Elena ríe ante mi reacción y de un salto se sube en mí, aferrada a mi cadera con sus piernas. Instintivamente le doy soporte con mi manos en su trasero.
—¿Me extrañaste, preciosa? —le pregunto sin dejar de ver sus ojos verdes, que ahora parecen más negros y dilatados.
—Como una loca, amor —besa mi cuello, desesperada. Muerde, lame, me hace temblar, me hace desear más. Recorro la habitación a pasos agigantados, todo con la intensión de dejarla caer sobre la cama para besar todo su cuerpo, para hacerla estremecerse debajo de mí.
Elena abre los ojos y pisa el suelo de un salto, bajando del soporte de mis brazos, haciendo que tenga que agachar el cuello para llegar a ella —ya que es más bajita—, y así no cortar ese beso que nos ha arrastrado hasta las orillas de la cama. Es evidente que hoy quiere tomar el control, porque me empuja deliberadamente hasta que mi espalda es apoyada en el blando elemento de tela y espuma, se sube a horcajadas en mí y me besa tan voraz que me siento estremecer bajo los brazos de una mujer experimentada, la mujer que me hace vibrar, que me hace tergiversar de placer con la mínima caricia, la misma que conoce mi cuerpo perfectamente.
Sus besos descienden hasta mi cuello, tocando ese pequeño punto entre mi clavícula y el hombro que pueden hacerme gritar y empalmarme como si ese fuese mi estado natural. Encojo los dedos porque necesito controlarme, «necesito controlarme». Posteriormente abre mi camisa botón a botón, al tiempo que su lengua se entrega a cada una de las grietas que forman mi abdomen. Su lengua recorre cada extremo, cada camino, subiendo hasta mi pecho para dar placer a mis pezones y luego volver a bajar hasta el borde del pantalón, que siento como el peor de los estorbos en este mismo momento. Mi excitación es tanta, el anhelo es tanto que quiero arrancarlo de tajo para liberar mi adolorido tramo.
El instinto y el deseo de sentirme libre me llevan a tomar cartas en el asunto, abriendo los primeros botones del pantalón para llegar hasta el punto palpitante de mi cuerpo y así poder autocomplacerme, extasiado al sentir la lengua de mi mujer recorriendo mi pecho, dándome esa tortura que planea cuando toma el control de nuestros encuentros.
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DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!
RomanceDos amantes separados por el destino. Un rey herido. Una hechicera que es la debilidad de un dragón. Un reencuentro picante. Bienvenido al reino donde gobierna el dragón