CAPITULO 52 Draco

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La audiencia termina imperceptiblemente rápido. Ya eran pasadas la ocho de la noche y nos habíamos perdido la cena, igual que los últimos tres días.

Los tres hombres del consejo abandonan sus puestos, tomando sus cosas y levantándose para venir hasta mí y extenderme una reverencia en gesto de respeto, misma que correspondo con un movimiento de cabeza.

El salón se queda vacío, dejándome a solas con Axel, quien se encarga de guardar sus papeles en una carpeta y acomodar las inmediaciones de su escritorio, una rutina que siempre lleva acabo.

—¿Hasta cuándo van a seguir así? —pregunta, sin voltear a verme. Rápidamente tiene mi atención, que va desde mi posición; sentado en el trono que representa mi cargo—. Creo que los prefiero cogiendo hasta por detrás de las cortinas, a esto... —punza mi mejor amigo, terminando de guardar sus pertenencias.

—Es complicado —agrego, sin esperar que comprenda, porque de verdad no espero que lo haga, después de todo, Elena es su hermana gemela.

—No lo es —contradice—. Van a tener gemelos juntos. Tú te quejabas de que los dioses no te habían permitido ver crecer a tu hija, ver a Elena embarazada y... ahora lo está. Deja tu maldito miedo, enfréntalo y búscala. Ella es más necia que tú, hermano. Ella jamás dará ese paso y en alguien debe caber la prudencia.

«Maldito sabiondo, come mierda».

Estaba consciente de que Elena no iba a buscarme, aunque eso era lo que quería. En verdad me sentía ofendido. Mira que decir abiertamente que me dejaría, que yo no era lo suficientemente importante, fue como si estuviese afirmando que está conmigo sólo por Darla. Aunque en el fondo sepa que eso no es verdad.

—Te detesto —declaro, volteando a ver un punto inespecífico del salón.

—Por tener la razón, supongo —interpreta.

Me sonríe con suficiencia y me deja en medio del salón, solo. Pensando en que tiene razón, en que esto es lo que quería. Los dioses me daban la oportunidad de vivirlo y yo debía aceptarlo, debía afrontar que protegería a más personas cuando Elena no estuviese y que serían mi adoración, mi total y plena locura.

Salgo por el pasillo y me dirijo a nuestra habitación, con la esperanza de encontrarla ahí. No estaba, ni siquiera Teo, quien sería mi aviso.

Al preguntar por ella, los sirvientes afirman haberla visto montada en un árbol en el jardín, así que voy directamente hasta a ahí.

Estaba anocheciendo y el frío era palpable. No entendía lo que hacía afuera, pero no me importaba mientras pudiese hablar con ella. Lo necesitaba, la necesitaba, mi cuerpo me gritaba por sentir su cercanía, por poder olfatearla a mi antojo.

De inmediato siento su característico aroma atravesando mis fosas nasales. El cuerpo se me eriza y las palpitaciones de mi corazón se hacen presentes. La reacción de mi cuerpo siempre es la misma al estar cerca de ella.

Llego hasta un árbol de gruesas ramas y fácil acceso. El aroma de Elena está en la corteza y se eleva hasta las ramas altas del árbol sin hojas.

—¡¿Elena?! —la llamo.

No hay respuesta.

»¡Amor, sé que estás ahí, podría olerte a kilómetros! ¿Puedes bajar? —sueno relajado, más apaciguado que en las ocasiones anteriores.

—¡Quiero estar sola!

«Y dale con lo mismo». No suena más tranquila, está igual de enojada y eso me descoloca aún más. Ahora mismo la necesito tanto que mis manos comienzan a temblar al estar tan cerca de su presencia.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora