CAPÍTULO 72 Axel

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Siento ganas de vomitar, es la misma sensación que he experimentado cada que veo a nuestros enemigos surcando el horizonte. Las batallas habían sido duras, habíamos perdido a muchos y también nos volvíamos menos humanos con cada muerte, con cada ser que despedíamos de este mundo para hacerlo cruzar por el puente del inframundo.

Mi vista se posa en la primera línea enemiga, en los hombres de aspecto colosal, aterradores, fuertes, veloces y extremadamente grandes. Forman centenares de filas que parecen no tener fin. Enfundados en cuero negro y cascos que bien podrían ser cráneos de animales cazados. Llevan consigo lanzas y espadas, aunque no las necesitaban. Yo mismo los había visto pelear y en mi experiencia, esos tipos podrían quebrar el cuello de cien hombres con sus propias manos, antes de tener que verse en la necesidad de desenfundar sus espadas para atravesar algún cuerpo.

Pero mi impacto es peor cuando visualizo a los cazadores de dragones; los cazadores de energía mágica que arrastran consigo esas ballestas gigantes, máquinas que disparan lanzas plateadas de largo alcance. El daño que producen es muy parecido a las máquinas que se usan tradicionalmente para cazar ballenas en los mares. La madera es oscura, las cuerdas gruesas escurren en un líquido negro, verdoso, mismo que parece estar en cada partícula de la máquina.

Los cazadores de dragones no habían interactuado en el despliegue de peleas que se hicieron presentes en los pasados días, así que puedo deducir que esta es la extensión del poder de Arax. Un desfile de tropas mágicas, hombres caleses que han dedicado su vida a servir a los propósitos de su reina y máquinas que podrían derribar al dragón más ágil jamás conocido. Miles y miles de hombres, un ejército como jamás se ha visto.

Nuestros soldados comienzan a golpear sus escudos dorados con los brazos de sus alabardas, abriendo un coro sonoro de batalla que se erguía hasta las alturas más lejanas. El general Hold observa a mi lado, indicando a los arqueros que deben estar preparados para partir los disparos. Mientras que mi hermana permanecía en su misma posición, serena, a la espera del acercamiento enemigo, con múltiples trenzas que iban desde su frente hacia atrás para sostener su coleta roja. Todo rastro de cabello lejos de su rostro para que este no le impidiera luchar.

Muchos habían propuesto ponerla en línea directa de batalla, de esa manera ella desplegaría su poder directamente a los caleses, sin medios humanos que entorpecieran sus objetivos, pero tanto el consejo, como Draco y yo, no pudimos poner en riego su vida de esa manera, no después de ver los alcances que tenían aquellos hombres fraguados en brea, no después de ver cómo podían evadir la magia de mi gemela sin ninguna dificultad.

Pese a haber nacido en Calar, Elena y yo éramos gollenses, esta gente era nuestra, nuestro pueblo. Bien sabíamos que pelearíamos hasta el final por ellos, pero eso no implicaba colocar a Elena al frente para convertirla en una mártir de las circunstancias, además de arrastrar consigo al protector de Goll.

La magia negra se siente presente, el suelo se desquebraja un poco bajo mis pies al sentir la primera oleada de hombres que corren hacía nuestras primeras líneas de infantería, tras el sonido de un cuerno de aviso.

Le indico a Hold con la mano que es tiempo de abrir fuego, a lo que él responde con una sola orden—: ¡Arqueros!

Los soldados —ya preparados— extienden sus arcos en lo alto de sus hombros y disparan a los cielos, encajando cientos de flechas entre ambos bandos, sin acertar a ningún blanco definido, simple tierra. Posteriormente, Draco desciende de los cielos y arroja su fuego en una sola línea, sobre las flechas ya clavadas y estas arden en pocos segundos, evidenciando el contenido aceitoso con el que iban bañadas. Las llamas se elevan, altas, prolongadas, tanto que sería muy difícil cruzar sin salir herido, sobre todo para hombres que ardían como el mejor de los combustibles jamás creados.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora