El desayuno se ha servido a la misma hora que siempre. El ama de llaves nos indica que podemos pasar a la mesa al son de una campanilla y es todo lo que necesitamos para movernos en esa dirección.
Darla toma mi mano para ser guiada hasta su asiento, a mi lado, donde siempre apremia estar para sentirse en contacto conmigo. Le sirvo avena y un poco de pan para que ella pueda comenzar a comerlo por sí misma y me centro en servir mi propio plato.
Héctor y Marcus siguen mis acciones; sirven sus propias porciones para tirarse al ataque de su comida, manteniendo entre ambos una conversación que no me interesa seguir. El encuentro con Arax había despertado todas mis alertas y con ello renacía un nuevo miedo; el miedo de que algo pudiese ocurrirle a mi hija.
Volteo a verla, sus manitas toman la cuchara y se llevan la comida a la boca con algo de torpeza. Sus mejillas regordetas se abren y cierran, y yo no puedo impedir que mi corazón se desagüe como un desquiciado viéndola tan pequeña e indefensa. No quería ni imaginarme a ese maldito cerca de mi niña.
«Primero muerta», me digo, como tantas otras veces. Toda la mañana había evocado los sucesos y llegué a la conclusión de que perder a mi hija sería lo mismo a quedarme muerta en vida, ya no me interesaría seguir sin ella, ya no podría hacerlo. Ella era mi luz, mi camino, todo lo que yo quería en este mundo y no iba a perderla.
Podría morir en manos de Arax, podía aplastarme con su bota hasta no dejar nada de mí y no me importaría, con tal de que Darla estuviese bien.
Hoy más que nunca sé que necesito el libro de Oberón, debo romper el vínculo, Draco debe estar con su hija y así asegurar su seguridad cuando yo no esté. Lo tengo bastante presente, aunque eso se reduzca a que yo deba dejar mi orgullo a un lado y aprender a perdonar los errores de alguien que dijo estupideces estando herido.
Además... debía admitir que a pesar de todo lo sucedido entre Draco y yo, todavía quería estar a su lado; a pesar de los insultos, del coraje, de las palabras y el dolor... yo lo amaba.
—¡Mamita! —grita Darla, llamando mi atención y sacándome de mis propias cavilaciones. Doy un brinco en la silla y me percato de cómo Héctor y Marcus ríen de mi reacción.
—Pequeña, no has prestado atención en toda la mañana, estaba comentando con ustedes que me he acercado al hospital general de Goll...
«Eso sí no lo esperaba».
—¿Volverás a ejercer como médico? —pregunto con sorpresa y mucho entusiasmo. Si algo sabía era que Héctor había abandonado su vocación por mi culpa y el que pudiese retomar su vida ahora que de alguna manera éramos libres, me alegraba el alma.
—Sí, pequeña, es tiempo de volver. Llevo demasiado tiempo sin desempeñar mi oficio y... —trata de justificar sus decisiones.
—Es tiempo de avanzar —le digo con mucho fervor. Me pongo de pie y alcanzo su asiento para arrojármele a los brazos, acto que Héctor recibe gustoso, mostrando parte del cariño que siente por mí—. Nada me haría más feliz que verte restablecido, en el sitio que nunca debiste abandonar —expreso, sonriéndole como hace muchos años no lo hacía—. Gracias por tantos años dedicado a mí, Héctor, sé que no fue fácil para ti, pero aún así has estado a mi lado todos estos años.
Mi mentor me abraza con mucha fuerza, absorbiendo el peso de mis palabras. En instantes Darla se arroja sobre Héctor y se une a nuestro abrazo.
—¿Abu es doctor, mamita? —pregunta con inocencia.
—Sí, bebé, Abu Héctor vuelve a ser un doctor —le respondo a mi pequeña.
Me aferro más al cuello de mi mentor, haciendo de este momento uno de los mejores.
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DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!
RomantikDos amantes separados por el destino. Un rey herido. Una hechicera que es la debilidad de un dragón. Un reencuentro picante. Bienvenido al reino donde gobierna el dragón