Axel llama a la puerta, lo sé porque me pide permiso para poder acceder a mi alcoba. Había tenido que estar en reposo todo el día por recomendación del doctor, leyendo documentos en mi sillón y firmando con mal pulso los que tuviesen que ser aprobados bajo mi mandato hoy mismo.
Le indico a mi amigo que puede entrar y él obedece, seguido de mi Elena, que lleva consigo un gesto serio.
No esperaba verla tan pronto, pensé que le tomaría a Axel mucho tiempo hacerla presentarse aquí.
El pulso se me acelera, las manos me tiemblan, aún más de lo que ya lo hacían y agradezco estar sentado porque de lo contrario mis rodillas se irían hacia delante.
Luce preciosa, con su cabello rojo amarrado en una coleta y su escultural cuerpo metido en unos apretados pantalones que no dejan nada a la imaginación. Una blusa blanca un tanto abombada cubre su talle y una chaqueta que le permitía moverse con facilidad. Elena ha cambiado, sí, pero ahora se ve mejor, mucho mejor.
—Hola —pronuncio, dejando los documentos a un lado.
—Hola — contesta ella sin dejar de verme.
Silencio.
Axel arrima una silla para ponerla frente a mí y le indica a su hermana que debe sentarse. Ella lo hace, sin quitarme la vista de los ojos. Luce inexpresiva, pero algo me dice que hay más emociones de las que aparenta emitir, estas corren por debajo de la cáscara que intenta mostrarme.
—Estaré en mi despacho, por si necesitan algo —declara Axel, dando media vuelta para salir de mi habitación, dejándonos solos.
Pasan varios minutos y no dice nada, simplemente me observa, esperando que yo inicie con nuestra conversación, tal vez, o quizá valorando lo que debe decirme. No lo sé.
—Así que... ¿este es el lugar en donde has estado estos últimos cuatro años? —pregunta, alejando sus hermosos ojos verdes de mí para posarlos en cada objeto en este lugar—. Es bello y... exageradamente elegante —me hace reír. Esa era mi Elena, la que no se conformaba con callar y no dar su opinión sincera con su toque de ironía.
—Sí, tienes razón, es exagerado —digo, viendo los acabados dorados de las esquinas y los muebles de diseñadores extranjeros que hizo traer mi madre hacía muchos años; excesivo y costoso.
Elena se levanta de la silla y comienza a caminar por la habitación, yo me quedo en el sillón, viéndola moverse por mi espacio con la destreza de una cierva, con el silencio de un ave y con la dulzura de un ángel. Tantea mi mesita de noche con las yemas de los dedos y va directo al título que he estado leyendo. Un libro de poesía, para variar. Sonríe ante el recuerdo de lo que eran mis deleites y lo deja en su sitio para pasarse a la mesita al otro lado de la cama, sin despegar las yemas de los dedos del contorno de la cama. Yo sigo su ruta sin poder quitarle la mirada a esos dedos, que bien podrían ser un pecado que me enciende cual hoguera.
Al posarse en la siguiente mesita de noche, llega hasta los frascos de medicamento que me ha dejado el doctor esta mañana. Aprieta los ojos y me mira, con un gesto apenado.
—No sabía que te afectaba estar lejos de mí, Draco. No tenía ni idea.
«Torpe, Axel, boca floja».
Me encojo de hombros, restándole importancia al asunto. Niego con la cabeza y le sonrío como puedo, porque no siento la necesidad de sonreír, mas necesito tranquilizarla de alguna manera.
—No hay problema, lo resolveré, preciosa. No quiero que te sientas comprometida a venir aquí para darme mi dosis de ti. No cuando eso no es lo que deseas, es más, me ofendería que siquiera eso se especulara —le atesto.
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DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!
Storie d'amoreDos amantes separados por el destino. Un rey herido. Una hechicera que es la debilidad de un dragón. Un reencuentro picante. Bienvenido al reino donde gobierna el dragón