Días enteros sin tener una sola noticia de ellos, no sé si lograron dar con las tropas, si debieron desviarse o si no pudieron alcanzarlos. Lo cierto es que la desesperación comienza a irritarme tanto o más que en otras ocasiones.
El anochecer del tercer día se extiende, dejando el firmamento expuesto ante nuestros ojos. Edward Whensy juega con Darla en el jardín del palacio rojo. La hace girar sobre sus hombros y la arroja a los aires con tanta fuerza que la pequeña se tiene que convertir en ese pequeño dragón blanco y volar de vuelta a sus manos. Esto era parte de la faceta de «debemos entrenar en vuelo a la pequeña princesa», aunque a decir verdad, soy más como Elena, me da miedo siquiera pensarla volar los horizontes para no volver, como si fuese una avecilla dejando el nido.
Keira toma el té junto a su madre, Clara Whensy, en una mesita de campo —que luce muy pintoresca en medio de la nieve desperdigada en el jardín—, disfrutando de la exhibición que despliegan Darla y Edward. He notado que de vez en vez llamo la atención de Keira, ya que me he encontrado con su mirada azulada un par de veces, ambas me ha sonreído ampliamente para luego girarse al encuentro del té que les han servido. Por mi parte estoy sentado en la escalinata, que permanece helada ante el clima nevado que tiñe los jardines de blanco. A pesar de ello, no siento frió. Supongo que vivir en este país durante tanto años me ha enseñado a soportar la inclemencia climática.
El cuerno de llegada suena a los alrededores, viniendo exactamente de la torre sur entre los cuatro puntos cardinales. Me pongo de pie, sé lo que significa; significa que Elena y Draco surcan los cielos y que están de vuelta, al menos eso espero, porque la angustia podría matarme de ser lo contrario.
Agradezco en ese mismo instante a todos los dioses, a quien sea que haya permitido que volviesen a casa.
Por su parte, la pequeña Darla, vuela en su forma dragón en línea recta, esperando poder topar a sus padres en el camino. Edward la sigue con la mirada y los pies puestos en el suelo, orgulloso de haber contribuido un poco a su desempeño.
Corro hasta la puerta principal, seguido por toda la familia real. Los guardias abren las puertas para nosotros y vemos claramente cómo Draco hace un aterrizaje perfecto en frente del puente de piedra, desplegando sus alas a lo largo, planeando su descenso.
De pronto el impacto del dragón blanco se hace presente, colisionando con torpeza en el rostro de su padre.
El dragón negro queda un poco atontado por el porrazo, además de que no ha sabido qué lo ha golpeado. Irónicamente todos soltamos una carcajada porque Draco luce desconcertado y Elena se ha bajado de su lomo para correr por su pequeña dragona de casi cuatro años, misma que se ha quedado sentada en el suelo como si fuese un cachorrito regañado.
La escena es conmovedora y graciosa por igual.
Darla se enreda en la pierna de mi hermana y esconde la cabeza en su cintura, Elena se encarga de acariciar su escamoso cuerpo blanco para consolarla.
—¿Estás bien, bebé? —Darla asiente, moviendo la cabeza ligeramente, pero se pega más a su madre, enrollando su colita cual víbora y abrazando su cuerpo con sus alitas. También me parece que debe haber extrañado a mi hermana muchísimo, casi nunca están separadas.
Draco llamea y vuelve a ser un humano en cuestión de segundos, se toca la frente e inspecciona en repetidas ocasiones si no ha sufrido una herida, aunque su malestar se ve opacado ante la imagen de la madre abrazando a un pequeño dragoncito con fuerza. De inmediato cae en el hermoso hechizo materno y se queda embobado ante ellas.
—Bienvenidos —les digo, bajando la escalinata hasta ellos.
Draco me recibe con un fuerte abrazo y una sonrisa satisfactoria, de inmediato me relajo. Supongo que todo salió como debía ser, como fue planeado.
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DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!
RomanceDos amantes separados por el destino. Un rey herido. Una hechicera que es la debilidad de un dragón. Un reencuentro picante. Bienvenido al reino donde gobierna el dragón