60

106 0 0
                                    

Charlaban acerca de lo acontecido, sin darle mayor importancia.

Un crac, seguido de otro y de otro más, les hizo elevar las miradas hacia el techo. Varias grietas se comenzaban a dibujar allí, exactamente alrededor de la parte central del ventilador que giraba normalmente.

El último crac fue la alarma de que el artefacto amenazaba desprenderse.

-¡Levántense! ¡Salgan de acá, rápido! -gritó el padre, mientras él también abandonaba su puesto a la mesa.

Los cuatro consiguieron salir de la cocina con la celeridad necesaria como para salvarse de lo que podía haber sido una catástrofe: el ventilador de techo se desprendió -girando enloquecido- y -girando aún- se desplomó sobre la mesa. Instintivamente, la madre se llevó las manos al cuello. Los demás la imitaron y tragaron saliva.

-¡Indemnización! ¡Eso es! ¡Indemnización por daños y perjuicios, eso es lo que voy a pedir al incompetente de ese arquitecto! ¿A quién hizo instalar las cosas? ¡Podríamos haber sido degollados! ¡Es como para denunciarlo a ese inútil! -así protestaba el padre, furibundo, una vez que el nuevo accidente había pasado sin otra consecuencia que el gran susto-. ¡Mañana a la tarde lo voy a ir a buscar a su estudio de "La Resolana" y si no está, sus empleados van a hacerse responsables! ¡Qué se cree ése! ¡Cualquiera de nosotros podría hacer caído degollado!

-Calma, Juan. El estudio no abre hasta mañana a las seis de la tarde. Hasta entonces, calma, por favor,

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora