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Siempre cumplí con mis promesas. Por eso, esta historia de manos -como tantas otras que sospecho eran inventadas por el tío o recordadas desde su propia infancia- me fue contada una y otra vez.

Y una y otra vez la conté yo misma -años después- a mis propios "sobrinhijos" así como -ahora- me dispongo a contártela: como si -también- fueras mi sobrina o mi sobrino, mi hija o mi hijo y me pidieras:   -Dale, tía; dale, mami, un cuento "de miedo"!                                                                              Y bien. Aquí va:

Martina, Camila y Oriana eran amigas amiguísimas.                                                                                              No sólo concurrían a la misma escuela sino que -también- se encontraban fuera de los horarios de las clases. Unas veces, para preparar tareas escolares y otras, simplemente para estar juntas.

De otoño a primavera, las tres solían pasar algunos fines de semana en la casa de campo que la familia de Martina tenía en las afueras de la ciudad.

¡Cómo se divertían entonces! Tantos juegos al aire libre, paseos en bicicleta, cabalgatas, fogones al anochecer...

Aquel sábado de pleno invierno -por ejemplo- lo habían disfrutado por completo. Y la alegría de las tres nenas se prolongaba -aún- durante la cena en el comedor de la casa de campo porque la abuela Odila les reservaba una sorpresa: antes de ir a dormir les iba a enseñar unos pasos de zapateo americano,  al compás de viejos discos que había traído especialmente para esa ocasión.

Adorable la abuela de Martina. No aparentaba la edad que tenía. Siempre dinámica, coqueta, de buen  

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora