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humor, conversadora. Había sido una excelente bailarina de tap (zapateo americano).

Las chicas lo sabían y por eso le habían insistido para que bailara con ellas.

-¿Por qué no lo dejan para mañana a la tardecita, eh? Ya es hora de descansar. Además, la abuela no paró un minuto en todo el día. Debe de estar agotada.

La mamá de Martina trató -en vano- de convencerlas para que se fueran a dormir. A las cuatro y no sólo a las niñas, porque la abuela tampoco estaba dispuesta a concluir aquella jornada sin la anunciada sesión de baile. Así fue como -al rato y mientras los padres, los perros y la gata se ubicaban en la sala de estar a manera de público- la abuela y las tres nenas se preparaban para la función casera de zapateo americano.

Afuera el viento parecía querer sumarse con su propia melodía: silbaba con intensidad entre los árboles.

Arriba -bien arriba- el cielo, con las estrellas escondidas tras espesos nubarrones.

La improvisada clase de baile se prolongó cerca de una hora. El tiempo suficiente como para que Martina, Camila y Oriana aprendieran -entre risas- algunos pasos de tap y la abuela se quedara exhausta y muy acalorada.

Pronto, todos se retiraron a sus cuartos.

Alrededor de la casa, la noche, tan negra cono el sombrero de copa que habían usado para la función.

Las tres nenas ya se habían acostado. Ocupaban el cuarto de huéspedes, como en cada oportunidad que pasaban en esa casa.


¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora