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chiquito que todos los domingos voy al oficio religioso con mi familia... a su templo... y...

-Lo lamento, muchacho, pero estarás confundido. Yo jamás te vi antes en nuestro pueblo. Y ahora... Estoy apurado, ¿eh?

El pastor controló la hora en su pequeño reloj -que le colgaba de una cadena-, la comparó con la que señalaba el enorme reloj de la torre cercana y se despidió del muchacho sin hacer ningún otro comentario.

Tim se quedó perplejo. ¿Qué estaba sucediendo?

Nervioso, recorrió -a la carrerita-  la cuadra que aún lo separaba de su domicilio. Estaba ansioso por contarle a su madre todo es episodio del desconocimiento de los demás, que lo había tenido por involuntario protagonista. ¿Se habría desatado una epidemia de falta de memoria en Maladonny?

Al llegar a la puerta de su casa suspiró aliviado.

Enseguida, tocó el timbre.

Le extrañó no oír los ladridos de Tony y Zara a modo de bienvenida.

Pulsó nuevamente el timbre y -nuevamente- el silencio. Recién cuando apretó su dedo al timbre -decidido a no soltarlo hasta que alguien respondiera a su llamado- una voz le respondió.

Era una voz femenina que Tim no conocía.

-¡Ya va! ¡Ya va! ¡Tanto timbrazo!

Rápidamente, la puerta de la casa se abrió y una mujer que Tim no había visto nunca salió a recibirlo.

-¡No hacía falta tanto timbrazo! ¿Qué pasa, jovencito?

La puerta entreabierta permitió que parte del amplio hall de entrada quedara al descubierto.



¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora