Capítulo 1: Cambios - III

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19.54 hs.

Narrador omnisciente:

El grupo salía a la azotea de aquel hotel. El cielo perdía sus tonos naranjas mientras la noche se aproximaba. Más de un centenar de personas se había acumulado, una vez las familias decidieron su futuro. Casi cuarenta minutos les tomó a todos hacer la elección que lo cambiaría todo.

Solamente tres familias rechazaron la propuesta, aunque sí permitieron que los elegidos partieran, luego de largas y sentidas despedidas. También algunos miembros de otras familias. Es muy difícil ver a un ser querido partir, y más sin la certeza de que se podrán volver a ver.

Al salir al exterior, se encontraron con un gran círculo dibujado en el centro del lugar. Estaba repleto de diseños, pero lo que resaltaba, eran unos pequeños pentagramas distribuidos por toda el área. En el centro de cada uno, aparecía el nombre de uno de los chicos. Nicolás esperó a que todos llegaran, y al cerrar la puerta, un glifo apareció sobre esta, sellando la salida. Luego se dirigió al grupo.

   — Chicos, busquen su nombre y ubíquense junto a sus familias. Tomen asiento y asegúrense que el dibujo quede en el centro. — exclamó, mientras se sentaba en el centro, con sus piernas cruzadas.

Al cabo de pocos minutos, todos estaban listos. Echó un vistazo a su alrededor para confirmar y prosiguió:

   — Por favor, no se muevan mientras preparo los escudos. — solicitó.

   — Escudos? Para qué necesitamos escudos? — cuestionó alguien entre la multitud.

El chico se limitó a apuntar un dedo hacia arriba, mientras todos elevaban la vista. El temor comenzó a propagarse. Una inmensa nube negra, más oscura que la propia noche, yacía sobre el edificio, como si de un enjambre se tratara. Las fuerzas enemigas se preparaban para un asalto.

   — Atacarán en cuanto la noche se asiente. Mi máxima prioridad es su seguridad. Aguarden en sus lugares y no se separen. — terminó de pronunciar el pelinegro. Hizo un ademán con las manos, y alzó la derecha con dos dedos extendidos. Comenzó a recitar.

Protego Horribilis, Fianto Duri, Repello Inimicum. Repitió dos veces, mientras una tenue luz aparecía sobre la punta de sus dedos. Una cúpula de tonos blancos y azules se erigía desde los bordes del círculo hacia su centro. El chico hizo otra seña con ambas manos para luego juntarlas, formando una cuna con ellas y uniendo sus pulgares. Continuó. — Palabra de poder: Barrera.

Sus ojos brillaban, al tiempo que una segunda cúpula dorada se formaba, esta vez por encima el grupo, extendiéndose hacia los bordes del círculo. El chico en el centro comenzó entonces a pronunciar varios encantamientos en diversas lenguas. Una gran cantidad de jeroglíficos se dibujaban sobre la superficie de las cúpulas mientras una serie de runas se alzaban en los bordes.

Bien, sólo un poco más. — se dijo para sí mismo el ojiazul. Apoyó ambas manos sobre la áspera superficie del edificio y pronunció. — Semper Fidelis. — Y una onda de luz se esparció por la superficie del edificio, recorriendo su extensión completa. Nicolás se levantó, sacudiendo un poco su ropa.

Y ahora se viene lo bueno. — susurró por lo bajo, frotando ambas manos y cerrando los ojos. Realizó tres señas, en sus brazos se iluminaron varios tatuajes formando un patrón de circuitos de luz y sus ojos brillaban intensamente con tonos azules y celestes. Alzó su brazo izquierdo, extendió su mano y una luz surgió de su palma. — Defensa Definitiva: Barrera Prismática. — conjuró.

Su voz retumbó con un intenso eco, exaltando a la multitud. Una gigantesca figura esférica comenzó a tejerse a partir de polígonos que se unían entre sí. Un tono iridiscente adornaba las superficies con sus vértices hechos de luz. La esfera se expandía con el grupo en el centro, alcanzando unos cien metros de diámetro. Los presentes observaban maravillados el espectáculo, hasta que el sol terminó de ocultarse, y la noche se asentó.

El miedo desbordaba la multitud. Las sombras habían descendido en picada sobre la enorme esfera que los protegía, bombardeándola con todo su poder. Nicolás se encontraba a un lado de las cúpulas que salvaguardaban al grupo, esperando fuera del círculo.

Cuando el asalto comenzó, tocó su pecho por un momento. Del punto de contacto una densa pero fina capa de niebla comenzó a rodear su cuerpo, para luego dar paso a una ligera armadura de combate. Portaba en su mano izquierda un gran arco plateado, cuyos extremos estaban unidos por un hilo de luz, levemente tensado por su mano derecha.

Luego de unos minutos de ataques, un estruendo resonó por el lugar. Una ligera abertura se divisaba en las esfera, por la que la primer sombra ingresó. En ese instante una saeta de luz atravesó su pecho y el intruso sucumbió en el acto. Una a una, las figuras oscuras se precipitaban al vacío, derribados por el arquero. Las pocas que lograban adentrarse más y atacar, recibían el impacto directo de fugaces relámpagos, originados desde la palma derecha del ojiazul.

Al cabo de unos segundos, una segunda abertura aparecía al otro lado de la esfera, con un camino más directo hacia el grupo. Nicolás desvaneció su arco en partículas de luz mientras alzaba su mano hacia el nuevo problema. — Cañón de Loto Lunar. — recitó.

Una monumental flor blanca aparecía en el exterior de la esfera, apuntaba directamente a la segunda abertura. Un pequeño orbe de luz se formaba en su centro, justo delante de ella, que se contraía levemente acumulando energía. — Cosecha. — finalizó.

La flor se expandió bruscamente al momento que el pequeño orbe se dividía en cientos de proyectiles, que viajaban directo a las sombras. Una gran cantidad fueron aniquiladas en el acto, permitiendo a la esfera regenerarse un poco, aunque sin lograr cerrar del todo el último punto de intrusión.

El pelinegro estiró su brazo, con su mano a medio abrir, como esperando sostener algo. Un remolino de nubes se formó en el cielo y desde su vórtice un brillo blanco comenzó a caer a toda velocidad. Un segundo después, una alabarda plateada era sostenida por el Quinto.

Una larga hoja de doble filo con su centro hueco desembocaba en una empuñadura decorada por un pequeño copo de nieve en la unión. Un mango blanco terminaba en una segunda hoja de unos quince centímetros, también con su centro hueco. De ambos filos surgía una estela de escarcha. — La Cuna del Invierno.

Trazó un arco en el aire con la hoja mayor, pequeños cristales puntiagudos aparecieron, saliendo disparados y cinco enemigos caían muertos frente a él. Bloqueó algunos ataques y cargó contra sus rivales. Repartía cortes y estocadas, esquivando hechizos y recibiendo algunas heridas.

Un impacto absorbido por su brazo izquierdo lo hizo tambalear, apoyándose sobre la punta de su arma. Buscó a su último atacante y lo divisó levitando unos metros sobre la puerta por la que habían accedido. Aún con la hoja clavada en el piso, trazó un arco vertical en dirección de su objetivo. — Viento Cortante.

El viento se arremolinó frente a él, destrozando todo a su paso. Parte de la edificación se desplomó y sobre ella se desintegraban en pedazos las sombras. Un instante después una lanza atravesó su muslo derecho. Ahogó un grito de dolor y furia, dando una estocada y cortando al medio a su agresor.

Tomó la lanza con su mano izquierda, la apretó y destrozó en el acto. Posó el copo de nieve de su empuñadura sobre la herida, el cual comenzó a emitir un leve brillo. La hemorragia se detuvo un poco y el dolor amainó.

Pocos segundos pasaron y un tercer estruendo lo tomaba por sorpresa. A sus espaldas había una gran grieta, con los intrusos se aprestándose a ingresar. Lanzó su arma a modo de jabalina luego de imbuirle un poco de su poder, conteniendo la carga de las sombras. — Forma Cuatro: Girasol. — conjuró.

Una gran flor dorada aparecía sobre él, aumentó su brillo y liberó un rayo de energía solar sobre la grieta. Las sombras eran aniquiladas por el intenso calor, dejando libre la abertura por pocos segundos. — Cierre. — Pronunció con su mano derecha extendida y cerrando su puño. La grieta desaparecía y la barrera se regeneró. Un proyectil sombrío rozó su espalda y el ojiazul giró hacia su origen.

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