Destinados

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Ingredients: Trillie, Historia Antigua, Reencarnaciones, Monarquía

Basado en el libro
"Las Siete Pruebas"
de Stel Pavlou

Narra Billie:

He vivido tantas vidas pero la primera, jamás lograré olvidarla.
El día en el que morí por primera vez.

Los detalles son confusos ahora. Una neblina apenas distinguible de una pesadilla. Recuerdo los cortantes sonidos del metal contra el metal, el horror invadiendo mi cuerpo, la estridente concepción de una batalla sangrienta sobre lienzo. Los ríos de sudor recorriendo los cauces de mis brazos. El olor a carne quemada.

Recuerdo que maté a tantos hombres con mis propias manos, a varios de ellos los atravesé tan rápido como se cubre uno instintivamente la nariz al estornudar. Todas las almas que tomé, sólo para salvarlo a él.

No me importó sólo quise protegerlo.

Y fallé.

No pude protegerlo lo suficiente, morimos uno al lado del otro, un final trágico, como la vulgar historia de Romeo y Julieta.

Después de eso fue una oscuridad que pareció eterna, hasta que la neblina me escupió miles de años más tarde. Sin él, con otro nombre, otra madre, otro padre, y un nuevo futuro hasta volver a encontrarle.

Había vivido al menos diez vidas desde entonces, y en muchas de ellas no lo encontré, sabía que mi deber era buscarle, porque nuestros corazones se pertenecían, como aquella historia que me contó, el día en el que nos conocimos, el día que mi vida tuvo un significado.

Islas Cícladas, Mar Egeo.
Grecia año 140 a.C.

Había escapado de mi encierro como gladiador de una cuidad en apogeo, una despreciable civilización que tomaba todo a su paso.
Caminé mil leguas internandome en los bosques, huyendo de los soldados hasta que mis piernas no lo soportaron más y caí tendido sobre la arena.

Nuevos soldados me encontraron, me arrastraron hasta una cuidad desconocida, con una lengua que por suerte reconocía, me mantuve moribundo al menos cinco días, con aquellos hombres obligándome a comer y beber, manteniendome con vida hasta que pude sostenerme por mi cuenta.

Cuando quedé sedado y suturado, con mi carne limpia y aceitado en perfumes dulces, mis harapos fueron desechados.
Un sirviente entró a la habitación, tendiéndome una tela muy fina, la sensación era de seda, de color azul aguamarina, pero apenas cubría mis partes.

Me guió por los corredores de aquel palacio, la sensación era húmeda y fresca por la hierba bajo mis pies desnudos. Las paredes eran de brillantes colores que parecían oscilar, las habitaciones derramaban música al exterior, acompañado por el débil sonido de risas estridentes.

El sirviente me hizo esperar en la oscuridad, hasta que apareció un pretoriano y me ordenó que continuase.

Caminé por las salas de mármol, el techo era de color blanco con criaturas pintadas en oro.
La repentina patada en mis corvas me hizo caer de rodillas. La risa que siguió me sacó de mi momento de ensoñación.
Miré a mi alrededor, estaba en el comedor, una enorme habitación de forma circular, con fuentes que regaban agua cristalina, y espacios abiertos que dejaban entrar la brisa fresca. Olía a vino, fruta, carne. Había comenzado el festín.

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