Los hombres trataron de atacarme pero veía todo lento, a mis manos todo era débil, a mis sentidos todo lo que atrapaba era simple de destruir, los golpes que recibía se sentían como caricias, los gritos eran sonidos delicados, el fuego entregaba el cálido resplandor y las llamas comenzaron a cambiar de color mientras me internaba para sacar a Amelia del desastre. Solo encontré su diminuto cuerpo calcinado y reducido por el calor, su mirada llena de amor ya no existía, sus manos solo eran palillos carbonizados, nunca más sentiría su toque, o escucharía su risa o me deleitaría con el sabor de sus besos. Ya no podríamos traer al mundo al fruto de nuestras noches de lujuria ni ver crecer su panza como lo había comentado una noche fría después de cenar días antes de que llegaran. Ellos me lo habían quitado todo, ellos pensaron que era algo maligno por ser diferentes, ellos no pensaron que ahora y después que me quitaron mi felicidad quería ser lo que habían dicho, un Demonio.
Mis manos negras estaban descuartizando a todos los que encontraba a mi paso, los que respiraban cerca de mí comenzaban a ahogarse y a teñirse de negro por el aura que se iba esparciendo a mis pies, a mi contacto su piel se llenaba de manchas que se esparcen rápidamente por todo lo visible de su cuerpo. Los gritos llenaron el valle, la noche llegó a su máximo punto y las nubes de tormenta ya se hacían presente, los rayos caían cerca de nosotros, la lluvia comenzó a apagar el fuego que se había llevado a Amelia.
El sacerdote fue al último de los humanos que encontré, gritaba frases en el lenguaje extraño de los momentos anteriores y soltó "Dios nunca te lo perdonará, somos todos hijos de él menos las criaturas como tú". No tengo idea de cómo paso, pero al mirar mis ojos rojos sus gritos fueron desgarradores, comenzó a moverse de un lado hacia el otro como queriendo descubrir una verdad que no existía, como diciendo que Dios bajaría del cielo para detener este infierno. Pobre iluso, lo único que allí llegó fue la venganza por matar a lo que había jurado proteger.
El silencio inundó todo después de que el sacerdote murió, qué ironía esta vida, ellos decían que era un Demonio pero fueron ellos quienes empezaron a sembrar todo mal en mí, que escarnio que el sacerdote vista de negro como si hubiera estado esperando su muerte, llevando su luto en vez de aprovechar esta vida. Ya no me quedaba más que vagar sobre la tierra, ya no quedaba más que lamentar y maldecir a todos por lo que me habían arrebatado.
No sé cuánto tiempo había pasado pero no desapareció ni el aura negra ni el rojo de mis ojos, tampoco el vacío que sentía, la angustia al recordar los gritos de dolor de mi amada, recordaba cómo lloraba y cuando supo que ya no quedaba más, se despidió con sus ojos llenos de lágrimas agradeciéndome por amarla.
Cada vez que sus recuerdos me atormentaban mi dolor era tan grande que mis lágrimas derramadas mataban todo lo que tocaban. Sí, era la maldición del Demonio de ojos rojos. Una maldición para destruir todo lo que la vida misma era.
—Hola Kail —fue la voz más hermosa que había oído sobre la tierra, y hace tanto que no escuchaba mi nombre que solo pude mirar de dónde provenía. Era una mujer tan alta como yo, vestía solo unos trapos que flotaban a su alrededor pero sin aire, sus ojos también rojos como los míos me impresionaron pero su belleza era inigualable, no estuve seguro si era un sueño o no, pero se acercó a mí sin temer de lo que pudiera hacer.
La negrura de mi mano desapareció cuando Ella toco mi piel, sentía su calidez casi tan fuerte como los recuerdos que me atormentaban, su mirada llena de compasión hizo que me acordara de mi Amelia y las lágrimas surgieron desde lo más profundo, sollozos incontrolables hirieron mi garganta, mis manos la querían de vuelta, mi alma lo aclamaba para calmar todo lo que estaba sintiendo.
Los fragmentos de mi alma solo podían ser unidos por sus abrazos, el vacío de mi ser solo podía ser calmado por sus besos, por lo que éramos cuando estábamos juntos, por el amor que me entrego cuando ella estaba viva.
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Ni tan Demonio {Completa}
Fantasy«Mi desgracia no es consecuencia de mi manera de pensar, sino de la de los demás». El Marqués de Sade. Nací después de un gran suceso y tocado por la mano de Lucifer, después me enamore de una persona tocada por un ángel. Me la arrebataron, me lasti...