Capítulo 39

82 8 0
                                    

Zack:

Conduzco.

Conduzco y conduzco sin rumbo alguno, ni siquiera se hacia dónde voy. Me concentro en la carretera de la ciudad, las luces que iluminan las calles, en la gente que veo pasar; me concentro en cualquier miserable cosa con tal de no pensar en nada.

Maldita Ally ¿Quién se cree para preguntarme de mis padres? ¿Qué carajo le pasa?

Me detengo frente a una taberna y me adentro en ella. Por ser día de semana no esta tan repleto de gente como otras veces. Voy hacia la barra y el barman me trae lo que siempre pido cuando vengo aquí, un trago de vodka.

Mi celular vibra y lo saco de mi bolsillo. Es Chloe.

«¿Puedes venir a mi casa? No puedo esperar hasta el viernes para verte.»

No le contesto y vuelvo a guardar mi teléfono. Es una pesada, no sé cómo logro aguantarla hasta ahora.

-No tienes buena cara Zack ¿Problemas en el paraíso? –me habla Richard, el único barman que me sirve bebidas sabiendo que aún no tengo edad para hacerlo.

-No es algo que te importe –le contesto y bebo otro trago.

Se encoge de hombros: -Ya que, pero recuerda no beber demasiado. –lo veo caminar hasta la otra punta de la barra para atender a un grupo de chicos de seguro con la misma edad que yo.

Me paso las manos por la cara, mierda. No dejo de pensar en las malditas preguntas que me hizo Ally ¿Por qué me pregunto justamente por mis padres?

Viene a mí mente el accidente de hace diez años, una noche lluviosa, mi padre conducía por la carretera con mi madre a su lado, yo iba en el asiento trasero muy ansioso por que lleguemos a Washington, escuchaba cada regaño de mi padre para que me quede quieto y me pusiera el cinturón de seguridad pero yo no le hacía caso, solo pensaba en las horas que faltaban para llegar, de toda la emoción saltaba y jugaba en el asiento. Mi madre ni atención me daba, el único que me reñía era mi padre.

Y me arrepiento de eso, me arrepiento de haber sido tan imprudente en esa ocasión. Por mi culpa pasó todo eso. Cierro mis ojos y me froto la cien tratando de despejar esos pensamientos que me reprimen todos los días y no me dejan vivir en paz.

-Hola –escucho que hablan a mi lado, levanto la vista y miro a una chica rubia mirándome con picardía–. ¿Por qué tan solo? ­­–me toca el hombro y me lo acaricia, ¿está tratando de coquetear conmigo?

La ignoro, no estoy para tratar con mujeres ni con nadie.

-¿Vas a pasar toda la noche ignorándome? –sigue insistiendo.

-Esa es la idea –le respondo con la esperanza de que se vaya y me deje tranquilo, pero como es tan persistente como todas lleva su mano de mi hombro hasta mi cuello, me lo acaricia. Gira la banqueta en la que estoy sentado de forma que quedamos frente a frente, se coloca entre mis piernas y acerca su boca hasta la mía, puedo sentir su aliento a cigarrillo mezclado con menta. Trato de apartarme pero me sujeta bien y sin previo aviso choca sus labios contra los míos. Lleva sus manos hasta mi cabello y tira de él, se arrima más a mí hasta que sus pechos chocan con mi torso.

Mierda. Poso mis manos sobre su cintura cuando ella profundiza el beso, si se comporta así es obvio que no podía rechazarla, la acerco más, su vestido es tan fino que se pega como una segunda piel.

«¡¡Todo esto es tu maldita culpa!!»

«¡¡No quiero que te acerques más a mí!!»

«¡Te odio!»

Grita una y otra vez esa voz en mi cabeza.

Detengo rápidamente el beso: -¿Sucede algo? –me pregunta con un brillo en los ojos.

UNIDOS. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora