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Calculó que el vuelo de Colorado a Nueva York duraría unas tres horas y cuarenta y cinco minutos, después de los cuales sabía que su vida cambiaría para siempre, mucho más de lo que ya había cambiado.

Aferrándose a los reposabrazos del asiento, con las palmas sudorosas, Demet cerró los ojos mientras los motores se preparaban para el despegue. Volar nunca le había hecho mucha gracia; de hecho, la aterrorizaba. Sin embargo, recordaba tiempos en los que la tortura de estar a diez mil metros de altura valía la pena: la primera vez que salió de casa para ir a la universidad, la escapada a una isla tropical, o la visita para ver a su querida familia. Sin embargo, este viaje no era nada alegre, solo albergaba sentimientos de dolor y de pérdida.

Al lado, mirándola, tenía a uno de los motivos por los cuales seguía levantándose cada mañana: su novio, Dilan. Sabía que él le vería en el rostro que estaba completamente
insegura sobre lo que el futuro le deparaba.

Con las manos entrelazadas, se inclinó y le apartó un mechón de pelo de la cara.

—Todo irá bien, Demo —susurró—. Volveremos a pisar tierra firme en un abrir y cerrar de ojos.

Forzó una sonrisa y volvió la cabeza para observar las montañas nevadas que desaparecían bajo las nubes. Se le cayó el alma a los pies al despedirse mentalmente del único hogar que había conocido. Apoyó la cabeza en la ventana y pensó en los últimos meses.

Recibió la llamada a finales de octubre de su último año en la universidad. Hasta entonces, la vida le había sonreído. Dilan había entrado en su mundo el mes anterior, sus notas no estaban nada mal, y su compañera de piso, Olivia, había resultado ser una de las amigas más íntimas que había tenido nunca. Al coger el teléfono aquel día, no sospechaba las noticias que iba a recibir:

«Ya tenemos el resultado de las pruebas, Demet —le dijo su hermana mayor, Asli—. Mamá tiene cáncer».
Con esas ocho palabras, supo que su vida nunca volvería a ser la misma. Ni por asomo, vaya. A su pilar, la mujer a la que había adorado más en la vida y sin apoyo de una figura paterna, le quedaban meses de vida. Prepararse para lo que pasó hubiera sido imposible. Los largos viajes en fin de semana desde la Universidad de Ohio a Colorado para ayudar a su madre en los últimos meses se convirtieron en la norma.

Vio cómo su madre se marchitaba y dejaba de ser esa alma fuerte y vibrante que había sido, para terminar siendo una mujer débil e irreconocible poco antes de morir.
De repente, les sacudió una turbulencia y apretó la mano de Dilan. Lo miró y él esbozó una sonrisa y asintió, como diciéndole que no pasaba nada. Demet apoyó la cabeza en su cálido hombro y empezó a pensar en el papel que él había desempeñado en todo esto: incontables vuelos de Nueva York a Colorado para estar con ella, los preciosos regalos que le enviaba para que olvidara la locura que consumía su vida, las llamadas a horas intempestivas para hablar con ella y asegurarse de que estuviera bien. Estuvo a su lado para preparar el
funeral, la aconsejó sobre cómo vender la casa familiar y, al final, la ayudó a mudarse a Nueva York. Por estas cosas, además de otras, lo adoraba.

El avión empezó las maniobras de aterrizaje en el aeropuerto de LaGuardia de Nueva York y Dilan la miró al tiempo que ella le apretaba la mano hasta dejarse los nudillos blancos.

Soltó una leve carcajada y la besó.

—¿Ves? Tampoco ha ido tan mal — dijo acariciándole la mejilla—. Ya eres oficialmente neoyorquina, cariño.
Después de tardar una eternidad —o eso le pareció— en salir del aeropuerto, Dilan paró un taxi y fueron al apartamento que Demet compartiría con Olivia, un tema que causaba cierta controversia entre ellos.

Cuando hablaron de la mudanza, Dilan le dijo que quería que se fuera a vivir con él. Sin embargo, ella pensó que lo mejor por el momento sería alojarse con Olivia. Cruzar el país ya era un gran cambio de por sí y no quería añadir más presión a la situación. Aunque amaba a Dilan con locura, una vocecilla en su cabeza le decía que esperara. Ya tendrían tiempo para ir a vivir juntos. Al final él claudicó, no sin rechistar.

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