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Demet volvió a toser con fuerza. No dejaba de mirar a Dilan mientras este rodeaba el taxi después de cerrarle la puerta. Aparte de que Can iba a estar allí esta noche, se sentía como una mierda y le dolía el cuerpo de la cabeza a los pies. Ahora mismo, Can le haría sentir más dolor aún. Seguía sin creer que se hubiera dejado convencer por Dilan, pero esa persistencia implacable y el tono intolerante no le dieron otra opción.

Ya borracho, se sentó en el asiento trasero como pudo e indicó al conductor dónde se dirigían. Después de rebuscar la cartera en los pantalones, miró a Demet.

—Venga, cariño. Ya deberías sentirte mejor.

Entre la peste a alcohol de su aliento y las náuseas que sentía por la medicación que se había tomado, creía que iba a vomitar allí mismo.

—No, Dilan, no me encuentro mejor. —Suspiró, apoyando la cabeza contra la ventana. Un bar lleno de gente era el último lugar donde quería estar en esos momentos—. No entiendo qué pasa si no voy.

Él negó con la cabeza, se acercó más y le pasó el brazo por los hombros.

—Es el cumpleaños de Burak; hay que ir.

—He hablado con él antes. Le he dicho que estoy enferma y que no podría ir. —Después de otro ataque de tos, añadió—: Me ha dicho que no pasaba nada.

—Bueno, no olvides que mañana por la mañana me voy a Florida unos días.—La atrajo hacia sí y colocó sus piernas sobre el regazo—. ¿No quieres pasar un rato conmigo antes de que me vaya?

—No tiene nada que ver con eso y lo sabes —respondió, tosiendo—. Nos podríamos haber quedado en casa. Además, no entiendo por qué quieres salir esta noche si tu vuelo sale tan temprano.

Él se acercó a su oído y la acarició por debajo de la falda.

—¿Y qué problema hay con que vuele a esa hora? Esperemos que tú puedas conmigo cuando vuelva a casa.

Intentó apartarle la mano y, de repente, cayó en la cuenta.

—No creerás en serio que vas a echar un polvo esta noche, ¿verdad? —preguntó, apartándose de él, sorprendida de que pensara en eso.

Estaba enferma y él lo sabía.
Con un movimiento ágil, la atrajo hacia él sujetándole de un brazo. Le puso una pierna encima para que no se moviera.

—Sé que voy a echar un polvo esta noche, Dem. —Le pasó la lengua por el cuello al tiempo que volvía a meterle mano bajo la falda—. Estaré fuera unos días. Necesito una dosis de ti para pasar este tiempo.

—Suéltame, Dilan. ¡Estas borracho! —Se echó hacia atrás, trataba de no pensar en el conductor que ahora los miraba por el retrovisor.

Para que Dilan no volviera a abalanzarse sobre ella, tosió en su dirección con la esperanza de que los gérmenes microscópicos se le metieran por la nariz. Por desgracia eso no lo disuadió de volver a intentarlo aunque, afortunadamente, se libró de que siguiera manoseándola en el taxi cuando empezó a sonar su teléfono. Dilan la miró con frialdad, se lo sacó del bolsillo y respondió. Demet se apartó y puso el abrigo y el bolso entre los dos. Suspiró, intentando no escuchar su conversación. Sin embargo, lo que no podía acallar era la ansiedad que la invadía por saber que estaba a punto de pasar la velada  en presencia de Can. Después de su último encuentro, esas semanas habían sido bastante… difíciles. A pesar de que había estado concentrada en su nuevo trabajo como profesora, la búsqueda de piso con Dilan y la planificación de la boda, Can seguía en sus pensamientos como una sombra que no se marchaba ni la dejaba en paz.

Estaba dolida y confundida, y encima casi todo le recordaba a él. Cuando escuchaba algunas canciones que sabía que a él le gustaban, se quedaba paralizada. Pensar en él la distraía de lo que estaba haciendo; se veía incapaz de hacer nada en cuanto se le nublaba la mente. Can le estimulaba las emociones, los nervios y los sentidos. Tal vez lo deseara, pero era consciente de que no debería tener estos sentimientos por él y aún menos a solo un mes de la boda. Odiaba sentirse impotente cuando lo tenía cerca, que la hiciera revivir esos sentimientos que deberían permanecer enterrados en su interior. Conseguía que quisiera arriesgarse por él… los dos juntos. Hacía que se cuestionara cosas como su matrimonio con el único amor que había conocido, el único hombre que había estado a su lado. Can le provocaba todo eso; ella misma se lo hacía y el destino también. No sabía quién o qué tenía la culpa, solo que esta situación la estaba matando.

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