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Demet levantó la mirada del escritorio y la fijó en el reloj de la pared.

—Queda un minuto.

Al momento, quince niños de primer curso de primaria se levantaron de la silla y se pusieron la mochila, antes de tropezar unos con otros por lograr colocarse primero en la fila junto a la puerta.

—Señorita, ¿estará aquí mañana?

Ella se acercó a la cándida niña, que esperaba con paciencia y una sonrisa llena de hoyuelos a que le contestara. Demet se arrodilló frente a ella.

—Por supuesto. La señora Nelson no volverá hasta la semana que viene. —Al tiempo que la sonrisa de la pequeña se ensanchaba, se apartó de la cara mechones de pelo que habían logrado escaparse de su bonita trenza.

El timbre sonó y empezó la estampida

—No olvidéis traer las autorizaciones para la excursión del próximo mes. —Miró a lo largo de la fila y observó cómo los niños pasaban precipitadamente por su lado. Una retahíla de «Vale, seño» se oyó en el pasillo junto al murmullo de los pequeños que salían volando del aula visiblemente emocionados.

Demet se levantó con un suspiro y regresó junto al escritorio, donde agrupó todos los trabajos que tenía que corregir. Tras meterlos en el maletín, cogió una novela que había empezado a leer durante el recreo. Se dirigió a la puerta y echó un último vistazo al aula antes de salir. Apenas había girado la esquina cuando se topó con Laura, otra  profesora sustituta que había empezado hacía unas semanas. Era de la ciudad y lo que Demet consideraría una «fiestera empedernida», así que estaba bastante segura de lo que iba a decir.

—Justo a quien estaba buscando. Vamos a salir esta noche. —La mujer, de pelo castaño, alta y de piernas bonitas, sonrió y se le nublaron los ojos de emoción—. Webster Hall celebra hoy noche de chicas. ¿Quieres venir? Brooke, Cary, Stephanie, Angie y Melinda van. Sé que es jueves, pero, eh, solo se vive una vez, ¿no? Ya nos echaremos una siestecita mañana cuando estén en la biblioteca.

Demet sonrió al ver que había adivinado su proposición y siguió andando hasta dejar atrás el despacho del director.

—No puedo. Voy a salir a cenar con mi novio esta noche. —Se puso el abrigo—. ¿La semana que viene?

Laura frunció el ceño y luego pareció caer en la cuenta de algo. Arqueó una de sus cejas perfectamente depiladas y esbozó con curiosidad una sonrisa.

—¿El novio nuevo?

Sonriente, Demet asintió y fingió mirar el reloj. Quería llevar algo para comer esa noche, así que había planeado andar unas cuantas manzanas y visitar la pequeña tienda que Olivia le había enseñado cuando se mudó a Nueva York. Todavía tenía que ir a correos para hacer el cambio de domicilio, por lo que sabía que al final iría con el tiempo justo para arreglarse.

—También puedes pasarte después de cenar —ofreció Laura, esperanzada y manteniendo el ritmo de Demet cuando esta salió por el portón principal.

—Sí. A lo mejor. Ya te digo luego. —Cuando se adentraron en el ambiente helado de mediados de diciembre, Demet se envolvió el cuello con la bufanda—. Tengo trabajos que corregir. Si los termino pronto, saldré un rato.

—Mierda —exclamó Laura al tiempo que retrocedía hacia el edificio—. Me he dejado las llaves. Suena bien. Estaremos allí desde las diez.

Demet se despidió de ella con la mano y la vio desaparecer en el interior del colegio. Tras ponerse los guantes, comenzó a bajar los escalones de la entrada. El aparcamiento se había vaciado casi por completo; los autobuses escolares ya no estaban. Mientras rebuscaba en el bolso los formularios que necesitaba entregar en correos. El corazón le dio un vuelco al ver la dirección de Can.
Todavía temía estar yendo demasiado rápido, pero trató de pensar en la forma que tenía de mirarla, trazando su rostro con los ojos como si quisiera memorizar hasta la última arruga. Él la había sacado del enredo en el que se habían visto inmersos con un amor y una determinación que nunca antes había experimentado. Durante conversaciones difíciles, la había agarrado de la mano mentalmente para evitar que cayera por el precipicio. La tranquilizaba; amaba y admiraba cada defecto que tuviera.

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