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A la mañana siguiente Can se preparó una cafetera con la esperanza de que el subidón de la cafeína alejara sus pensamientos de Demet. Se asomó a la ventana del ático y descubrió un cielo asediado por unos amenazantes nubarrones grises que se cernían sobre la ciudad. Encajaba a la perfección con su estado de ánimo. Le preocupaba la falta de autocontrol que había demostrado la noche anterior mientras recordaba los dulces labios de Demet. Su perfume aún impregnaba su piel y el olor lo embriagaba cada vez más. Aunque su cuerpo todavía vibraba de placer tras el escarceo, tenía la mente atrapada en una maraña de emociones. Un golpe en la puerta interrumpió esos acontecimientos acalorados que le rondaban por la cabeza. Al abrir vio a Burak con una sonrisa de oreja a oreja; estaba mucho más animado que él.

—Joder, hombre, estás hecho una mierda —dijo Burak, acomodándose en el sofá con las largas piernas extendidas hacia delante.

Can se sirvió un café y se sentó en un taburete de la cocina.

—No he pegado ojo.

—Vaya, lo siento, tío. Sin embargo, yo he dormido como un bebé en brazos de Alina.

Can esbozó una débil sonrisa.

—Parece que fue bien, entonces.

—Mucho mejor —respondió con una expresión victoriosa—. Es más, me gusta. Tiene una personalidad muy abierta y fresca, y además es un poco rarita. Que le gusta la carne y el pescado, vaya.

Can arqueó una ceja y sonrió, burlón.

—Tu hermana también es omnívora.

Burak hizo una mueca.

—¿De verdad tenías que chafarme el entusiasmo sacando eso a colación?

Can se encogió de hombros y su amigo lo observó fijamente unos segundos, como si leyera algo en sus ojos.

—Bueno, ¿me cuentas qué está pasando entre tú y Demet?

—No pasa nada entre Demet y yo —espetó con sequedad.

—Tío, nos conocemos desde hace catorce años. Tenía la sensación de que pasaba algo entre los dos y lo de anoche me lo confirmó.

Can se levantó y se acercó de nuevo a la ventana mientras pensaba qué decir. Respondió lentamente y con cierta inquietud:

—Me gusta mucho.

—Joder, no me digas que te la follaste.

Se dio la vuelta y lo fulminó con la mirada.

—No, no me la follé, Burak.

—Entonces, ¿qué narices está pasando?

Can se mordía el labio mientras paseaba por la habitación como un animal enjaulado. No sabía cómo explicarle lo que sentía por Demet. No sabía qué pensaría de él después de confesarlo todo. Lo único que sabía era que no encontraba sentido a sus emociones, aunque en ese momento tampoco le importaba. Sentía lo que sentía. Y se acabó.

—Desembucha.

Can se pasó las manos por el pelo y lo miró desde el otro lado del salón.

—Creo que me estoy enamorando de ella.

Burak se quedó boquiabierto y lo miró con desaprobación. Se puso de pie y se acercó a él.

—Te suena que tenemos un amigo llamado Dilan, ¿verdad?

Can arrugó la frente.

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Vamos, hombre. ¿Cómo te has enamorado de la chica de nuestro amigo?

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