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Demet abrió de un tirón la puerta de un Starbucks situado en el centro de la ciudad, un ambiente placentero con aire acondicionado para cobijarse del calor del verano. Enseguida vio a su amiga Olivia, que brincó de su silla como si se hubiese quemado de repente. Demet se abrió paso entre la multitud que había venido a almorzar, encantada de ver a su amiga. Las últimas semanas habían sido muy caóticas, por lo que el tiempo que podían dedicarse era muy limitado. Le quedaba poco más de un mes para dar a luz y su agenda giraba en torno a las citas médicas semanales, las clases de preparación al parto y las compras de última hora de artículos de bebé que se le ocurrían tanto a ella como a Can.

Demet se acercó a Olivia sonriendo y dejó el bolso sobre la mesa. Se dio cuenta de que su amiga no parecía ella misma tan pronto como fue a abrazarla.

—¿Qué pasa? —Observó la expresión preocupada de Olivia.

Su amiga dudó y arrugó la frente.

—Tengo que hablar contigo.

—De acuerdo —dijo Demet arrastrando las palabras y poniéndose nerviosa. Nunca la había visto tan alterada. Retiró la silla de la mesa y se sentó. Empezó a darle vueltas a todo tipo de malas noticias que su amiga podría contarle.

Olivia se acomodó en una silla y dejó una bebida grande sobre la mesa.

—Te he pedido un Chai Latte frío. He pensado que calmará tus nervios después de que te cuente lo que he averiguado.

A Demet le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué narices está pasando, Oli?

Olivia se mordisqueó la uña del pulgar.

—Solo prométeme que no te enfadarás conmigo.

—¿Qué? —Demet abrió mucho los ojos, negando con la cabeza—.¿Enfadarme contigo?¿Qué has hecho?

—Dem, solo prométeme que no te enojaras.

Demet se cruzó de brazos y se le formó un nudo en el estómago.

—Está bien, Olivia, aunque no me hayas dicho eso que me hará enojar tanto, prometo no hacerlo. ¿Te vale?

Olivia asintió con parsimonia y dejó escapar una bocanada de aire.

—He... —Hizo una pausa, miró a su alrededor y se pasó una mano por el pelo—. He llamado al programa de Maury Povich y...

—¿Que has hecho qué?

—Te dije que no lo hicieras, Olivia.¿Cómo has podido hacerme esto? Como si no fuese ya bastante vergonzoso no saber quién es el padre, ¿ahora quieres que vaya contando mi vida en la televisión pública?

Demet se levantó y cogió el bolso de la mesa.

—No pienso hacerlo.

—¡Demet, espera!

Olivia se puso en pie y siguió a Demet hacia la salida. Sujetó el brazo de Demet y lo zarandeó.

—No me estás escuchando. Hay más.

—¿Más? —preguntó Demet arqueando las cejas—. ¿Qué? ¿Les has dicho qué posturas me gustan mientras lo hago? ¿O tal vez has tenido las agallas de explicarles lo que hice con esa chica en la fiesta de graduación cuando iba borracha?

Sin esperar respuesta, Demet se zafó del brazo de Olivia, se dio la vuelta y continuó abriéndose paso entre la multitud.

—¡Demet! —gritó Olivia—. Hay otra prueba de paternidad disponible y no es invasiva.

Demet se detuvo en seco. Con los labios entreabiertos y un temblor que la recorría de la cabeza a los pies, se dio la vuelta.

—Es verdad —prosiguió Olivia—. Es un simple análisis de sangre. Ni siquiera tienes que ir al programa ese de la tele y podéis tener los resultados en menos de diez días.

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