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La llamó y le dejó varios mensajes en el buzón de voz: nada. Le mandó unos cuantos mensajes de texto: no obtuvo respuesta. Sentado ante el escritorio de su despacho en Industrias Yaman, Can descolgó el teléfono y le pareció que ya era la enésima vez. Volvió a colgar, se reclinó contra el respaldo de la silla y juntó los dedos formando un triángulo bajo la barbilla, al tiempo que evaluaba a conciencia los pensamientos perturbadores que tenía en la cabeza. Algo iba mal.

Aunque Demet siguiera enferma, sabía que a esas alturas tendría que haber tenido noticias de ella. Sin embargo, la parte sosegada de su mente le decía que se relajara. Había varias razones por las que ella no le había devuelto la llamada todavía. Teniendo en cuenta que no había ido a trabajar un día, casi seguro que estaría ocupada poniéndose al día con sus obligaciones.
Sí. De momento, se decantaría por eso.

Aun así, cuando la mañana terminó y dio paso a la tarde noche, Can comprendió que solo intentaba convencerse de que no pasaba nada. Aunque físicamente su cuerpo se vio  obligado a asistir a varias reuniones, su mente no estuvo ni mucho menos presente en ninguna de ellas. Sus pensamientos se volvieron escenas angustiosas y nauseabundas que le oprimían el corazón cada minuto que pasaba sin saber de ella.
Después de terminar una conferencia telefónica con un cliente potencial, se levantó de la silla y se puso a dar vueltas por el despacho, preguntándose qué era lo que estaba  pasando. Desde arriba, contemplaba las calles caóticas ya por ser hora punta, y decidió volver a llamar a Demet.

Antes de que pudiera hacerlo, la voz de su secretaria sonó a través del intercomunicador e interrumpió sus pensamientos turbulentos.

—Señor Yaman, Dilan Parker ha venido a verle.

Can se dio la vuelta y miró fijamente la puerta del despacho. Aunque un subidón de adrenalina le recorrió el cuerpo, sus facciones no mostraban más que calma. Antes de responder a su secretaria, volvió despacio a su escritorio, se quitó la americana y la dejó sobre la silla. Al mismo tiempo, se aflojó la corbata y se remangó la camisa como quien no quiere la cosa. El instinto le decía —le gritaba, mejor dicho— que su amigo sabía que Demet y él estaban juntos y le daba la impresión de que aquella visita inesperada iba a volverse muy…
interesante. Tenía claro que podría terminar la noche durmiendo en comisaría perfectamente.

Soltó un suspiro pausado, estiró el cuello, echó los hombros hacia atrás y presionó el botón del intercomunicador.

—Adelante, que pase, Natalie. Gracias.

Con la mandíbula apretada, Can observó cómo Dilan entraba en el despacho y los ojos de ambos se encontraron nada más cerrarse la puerta. Tras un momento de gran tensión, Dilan rompió el silencio con la voz suave pero el gesto duro.

—Lo que has hecho es jodido.

Can cruzó los brazos y se apoyó contra la mesa, sin dejar de mirar a Dilan.

—Tal vez, si hubieras tratado a Demet como se supone que debías tratarla, no lo habría hecho. ¿Lo habías pensado? —Hablaba con voz comedida, pero sus pensamientos iban por otros derroteros. Entre pensar en Dilan agarrando a Demet y que ella pudiera haber contado algo a Dilan sin estar él delante, a Can se le removían las entrañas.

Dilan estaba tieso como una piedra.

—Yo no tenía que pensar nada, hermano. No tenías ningún derecho a hacer lo que hiciste, hostia.

—Puede que no, pero lo hecho hecho está —afirmó con seguridad, mientras reducía la distancia entre ambos a la mitad—. Tal vez debería repetírtelo. Si la hubieras tratado como un hombre de verdad trata a su mujer, puede que las cosas fueran distintas ahora mismo.

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