—Señor Yaman, la junta está muy satisfecha con las ganancias de este trimestre. Se prevé también un mayor crecimiento de Industrias Yaman para el próximo, teniendo en cuenta la adquisición de la cuenta Armstrong.
Can repiqueteaba con los dedos la superficie brillante de color caoba de la mesa de conferencias.
—Magníficas noticias, Ben. ¿Sabemos algo de la cuenta Kinsman?
Diez pares de ojos se posaron sobre aquel hombre nervioso que repasaba algunos archivos. Otro ejecutivo se metió en la conversación con entusiasmo.
—Sí, señor Yaman. Han aceptado nuestra oferta y todo debería estar en marcha a finales de julio, señor. Le entregué a su hermano todo el papeleo.
Can se levantó de la butaca, asintió con satisfacción y dio por concluida la reunión. Mientras salía el último miembro de la junta, Can se paseó frente a los ventanales de su oficina. Miraba las calles de Manhattan cuando se fijó en el ritmo caótico de la vida que bullía allá abajo. Veintinueve años y ya era el dueño del mundo.
Industrias Yaman era una de las agencias publicitarias más importantes de Nueva York. Y, sin embargo, le faltaba una de las necesidades más vitales: el amor. Lo sabía. Lo sabía perfectamente porque se conocía muy bien. Aunque había salido con algunas mujeres al acabar su relación más larga, solamente unas cuantas candidatas —si podían llamarse así— habían despertado en él algún sentimiento. Encontrar a la persona que realmente lo quisiera por su forma de ser se había vuelto complicado desde la ruptura.
Mientras contemplaba las pequeñas figuras que circulaban por las aceras, volvió a pensar en Demet. Habían pasado menos de veinticuatro horas desde que descubriera quién era de verdad. Estaba furioso con Dilan por haberlo usado como peón con Asuman. Pero, a pesar de que se sentía atraído por Demet, tenía que cubrir las espaldas a su amigo.
Aun así, sus emociones iban y venían, se debatían entre la mentira que se había visto obligado a confesar y el deseo que sentía por ella, que aumentaba en su interior y que le subía por todo el cuerpo. Por supuesto, parte de ese deseo se debía a la atracción sexual. Demet era preciosa y no podía negarlo. Sin embargo, no era lo único que prendía su deseo. No sabría decir con exactitud qué era, pero no se parecía a nada de lo que había sentido antes.Sentía una conexión especial con ella, un profundo impulso en sus entrañas que le decía que estaban destinados a estar juntos. La química entre los dos era innegable, como si aquella atracción fuera una corriente explosiva. Y estaba seguro de que ella también la había sentido. La sintió la primera vez que la vio, aquella energía que irradiaban sus ojos cuando lo miraron fijamente. Allí de pie, frente al imperio que había construido, mientras la luz del sol bañaba los gigantes de acero alineados en las calles, luchaba contra la abrumadora urgencia que sentía de volver a hacerle una visita inesperada.
Sacudió la cabeza por aquel pensamiento irracional y cruzó el despacho. Se sentó al escritorio, revisó algunos informes trimestrales e intentó quitarse de la cabeza a la mujer que nunca podría ser suya.
Fue en ese momento cuando su hermano mayor, Osman, entró en el despacho. Can, molesto, se cruzó de brazos y lo fulminó con la mirada.—¿Dónde estabas? ¿No has recibido el mensaje sobre la reunión que le dije a Natalie que te pasara?
Osman esbozó una sonrisa irónica.
—Reconozco que se te da muy bien actuar. —Cruzó el despacho mientras esbozaba una ligera sonrisa.
—No vayas de listillo. ¿Qué narices te ha pasado?
—Joder, Can, me he entretenido en casa con Defne y con los niños. Lila y Bulut tenían una función en el colegio.
—¿Y por qué no me lo has dicho?— Frunció el ceño, recostándose aún más en la butaca de cuero negro. Sus sobrinos eran su talón de Aquiles—. Me hubiera gustado ir.
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Destino
Romance(Historia adaptada D&C) UN PRIMER ENCUENTRO PERDIDO. UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD QUE NO DEJARÁN ESCAPAR. Recién graduada en la universidad y tratando de hacer frente a la muerte de su madre, Demet Özdemir se traslada a la ciudad de Nueva York para inte...