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—¿Te he oído bien? —Los ojos marrones de Olivia parecían monedas brillantes. Con la mano levantada y sosteniendo un puñado de patatas fritas, ladeó la cabeza—. ¿Piensa ir a todas las visitas médicas con vosotros?

Demet tragó un bocado de hamburguesa y, después de dar un sorbo a la botella de agua, asintió.

—Sí, lo has oído bien. ¿Por qué te sorprende tanto? Además, sigues sosteniendo que tendría que haberlo sabido desde el principio.

Olivia soltó un fuerte suspiro y se metió las patatas en la boca.

—Sí. Creo que tendría que haberlo sabido —dijo, mientras masticaba—, pero nunca dije que pensara que tuvierais que dejar que el pichacorta de Dilan os acompañara al médico. Y ya sabes por qué lo creo, así que, por favor, no volvamos a eso. Te quiero demasiado, amiga.

Demet puso los ojos en blanco.
Alina clavó el tenedor en un pedazo de lechuga iceberg inundado de salsa ranchera.

—Al menos, Can consiguió que renunciara a ir a la sala de partos. —Se pasó la lengua por los labios—. Todo el mundo sale ganando. Nadie va a la cárcel. Sin juicios.

—Cierto —chilló Olivia y sorbió los restos de un batido de vainilla—, pero habría molado ver a Can ganar algunos puntos callejeros.

—¿Puntos callejeros? —se extrañó Demet.

Olivia asintió.

—La trena. El trullo. El talego. Chirona. Un tiempo en la cárcel te hace ganar puntos callejeros.

Demet echó la cabeza hacia atrás, confundida.

—Oli, ¿por qué iba a molar verlo ganar puntos callejeros?

Olivia intentó, sin éxito, contener la sonrisa y arqueó una ceja perfectamente depilada.

—Bueno, ya lleva un tatuaje muy seductor. Si añades a su historial una temporada en la cárcel, el atractivo aumenta. Te digo, Dem, que al volver a casa, apreciarías el sexo espectacular del que disfrutarías con ese hombre. La cárcel los endiabla.

—Como si no fueran ya dos diablos del sexo. Y encima, recuerdo haber leído que las mujeres se convierten en un saco de hormonas con patas cuando están preñadas —añadió Alina, asintiendo con solemnidad hacia Demet, que sonreía—. Me apuesto lo que sea a que lo mantienes bien ocupado en ese sentido.

Ay. Tema espinoso. Para evitar el contacto visual con Alina y Olivia, Demet cogió una patata del plato y echó un vistazo a la cafetería. Su mirada se posó sobre una pareja que estaba sujetando a su pequeño en una trona. Frustrado al verse confinado allí, el rubito diminuto expresó su descontento con chillidos y golpeó la mesa con los pies. Tras la risilla entre dientes del padre, el decidido dedo levantado de la madre y un vaso de zumo, el niño se calmó.

Demet suspiró, se limpió la boca y echó mano al bolso.

—¿Nos vamos?

Olivia la miró con los ojos entornados y el ceño fruncido. Demet se preparó para el comentario superocurrente que le iba a caer.

—Joder, Dem. Lo tienes a pan y agua,¿verdad?

Sí. Y ese era el comentario esperado. Demet puso los ojos en blanco y volvió a suspirar.

—No, Oli. No lo tengo a pan y agua, él me tiene a pan y agua —dijo, y con aire molesto, llamó con la mano a la enérgica camarera adolescente.

La chica se acercó con una sonrisa y el pelo castaño recogido en trenzas.

—¿Os traigo algo más, chicas?

—No. Queríamos la cuenta, por favor —respondió Demet, que ya se estaba levantando y sacando el monedero.

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