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Durante las semanas siguientes, Demet se sumergió con facilidad en la rutina del restaurante, contenta de que Dilan tuviera unos horarios más normales. Ya no llegaba tan tarde por la noche. Para Demet, todo empezaba a calmarse. Dilan había movido algunos hilos con uno de sus clientes, que tenía un puesto importante en el departamento de educación de la ciudad de Nueva York y le había conseguido una plaza a jornada completa en una escuela de Greenwich Village. Estaba emocionada porque, en menos de un mes, iniciaría por fin su carrera de maestra, pero estaba más contenta aún por estar rodeada de niños de primero.

Quería dar clase en ese curso porque le parecía que el momento más importante en la educación de un niño era justo cuando empezaba.

—¿Cielo, ya estás arreglada? —gritó Dilan con impaciencia desde el sofá donde la esperaba.

—Dame solo dos minutos más. —Se recogió los últimos mechones de pelo.
Observó su reflejo y decidió que, aunque la maraña castaña no estuviera nada colaboradora ese día, tendría que pasar así. Se enfundó un vestido verde y marrón de aire bohemio y tirantes finos, agarró unos zapatos de tacón marrones y salió al salón.

—Estás guapísima —comentó Dilan con una sonrisa, mientras se acercaba a ella—. ¿Estás emocionada?

—Sí, pero no es necesario que hagas esto. —Demet le pasó los brazos por detrás de la nuca, con los zapatos colgando de las puntas de los dedos—. Ya tengo bastante ropa.

—Sí, pero no de las boutiques de la Quinta Avenida. —La atrajo contra su cuerpo—. Y me encantaría comprarte algo de lencería más sexy.

—No me cabe duda —replicó ella, arqueando la ceja.

Dilan le echó la cabeza hacia atrás y le recorrió el cuello a besos.

—Ni te lo imaginas.

Olivia carraspeó con la intención de interrumpirlos.

—¿Adónde van hoy los tortolitos? —preguntó, poniendo los ojos en blanco.

Dilan se acercó a Olivia con una sonrisa arrogante y le apoyó el codo sobre el hombro.

—Vaya, si es mi persona menos favorita del mundo…

—No me toques, capullo —espetó Olivia al tiempo que se escurría para librarse de él.

—Dilan me lleva a comprar ropa —se apresuró a intervenir Demet. Cerró los brazos sobre la barriga de Dilan, tiró de él para apartarlo de su amiga y se calzó los tacones—. ¿Qué vas a hacer hoy?

—Voy a acabar mi cuadro y lo llevaré a la galería para la exposición. —Se sirvió un café—. Vas a venir de todos modos, ¿verdad?

—No me lo perdería por nada del mundo.

—¿Quieres venir mañana conmigo a que nos hagan las uñas? —preguntó Olivia—. También necesito una pedicura.

Dilan rodeó la cintura de Demet con el brazo y la encaminó hacia la puerta.

—Odio interrumpir esta conversación de mujeres, pero tengo que llevar a mi novia a unos cuantos sitios, Oli.

Demet movió la cabeza hacia atrás para mirar a Olivia.

—Sí, Olivia, genial, una cita de manicura y pedicura. Te veo luego. —Olivia sacudió la cabeza y los vio salir del apartamento.

—¿Sabes? Tienes que dejar de ser tan estúpido con ella —dijo Demet, mientras se sentaba en el coche de Dilan—. Ella ha sido agradable contigo estas últimas semanas.

—Solo bromeo con ella, Dem. —Cerró la puerta del coche. Demet observó cómo daba la vuelta al coche y se sentaba en su asiento—. Tiene que aprender a encajar una broma. — Arrancó el coche.

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