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En sus veinticinco años de vida, había momentos en los que Demet sentía una especie de entumecimiento cuando quería aislarse de algo. Era en esos instantes en los que se permitía soltar el veneno que llenaba su vida en algunos aspectos, lo aceptaba y se dejaba llevar, aspirándolo como quien inhala el dulce olor de las rosas. Se podría decir que ese entumecimiento la «purificaba». Sin embargo, sentada en la barra del Bella Lucina, repasando los números que había escrito en el bloc de los pedidos, el entumecimiento brotaba en su corazón como la maleza espesa de verano, algo que nunca había sentido antes. Algo que no quería sentir.

Día tras día, su concentración, que parecía estar cuidadosamente tejida entre sí por hilos de esperanza, se desvanecía. Perdida. Incluso mientras dormía, su mente seguía pensando en
Can. Sus sueños eran peligrosos porque le recordaban que se había marchado. Él se había convertido en un hermoso vapor que se había llevado la existencia de Demet consigo. Y ella, embargada por pensamientos rotos que jamás podrían repararse, sufría sabiendo que la había amado cuando menos se lo merecía. No. No estaba preparada para esto. Aun así, sabía que debería soportar cada hora, minuto y segundo pensando en ello.

—He llevado otra ronda de bebidas a la mesa doce —dijo Alina, que se sentó al lado de Demet.

Cabizbaja, todavía inmersa en el tiempo que había pasado desde que se fuera Can, Demet no respondió.

—También han pedido un plato de pasta primavera para el mono que se les ha unido. —Al decir eso, Demet miró a Alina a regañadientes y algo confundida—. Sí, lo encontraron en la cuneta. Al parecer, lo abandonaron los de un circo —añadió mientras se recogía el pelo en un moño.

—¿Acabas de decir algo de un mono?—preguntó Demet con voz desconcertada—. Oye, ¿cuándo te has teñido el pelo de azul?

—No, no he dicho nada de un mono. —Alina arqueó una ceja, apoyó los codos en la barra y se llevó las manos a la barbilla—. Llevo tres días con el pelo azul, y ya lo habías visto.

—Ah. —Demet volvió a repasar los números que había escrito en el bloc.

—¿Qué tienes ahí? —Antes de que pudiera contestar, Alina le arrebató la libretilla—. ¿Qué son todos estos números?

—Nada. —Demet se la arrancó de las manos.

Alina frunció el ceño y escudriñó su rostro con preocupación.

—Country, no quiero ir en plan gótica, pero ¿no será una cuenta atrás para suicidarte no?

Con los ojos como platos, Demet se echó hacia atrás.

—Por Dios, Alina. ¿De verdad piensas  que sería capaz de hacer eso?

—Responde a la pregunta, Country. ¿Es una cuenta atrás?

Demet suspiró y golpeó la superficie de granito de la barra.

—Han pasado nueve días desde que se fue, Alina. Nueve días, lo he llamado y no ha contestado.

—Cierto, pero no le ha cogido el teléfono a nadie. —Alina le puso el brazo alrededor de los hombros—. Osman le dijo a Burak el otro día que tampoco le ha contestado a él.

—Lo entiendo, pero no se fue por Osman. Se fue por mi culpa. —Demet sacudió la cabeza, intentando contener las lágrimas—. Me entregó su corazón y lo menosprecié. Hice que dejara a su familia, sus amigos… su vida entera.

—Demet, lo primero: tienes que dejar de machacarte así. Si tenemos en cuenta lo que viste esa mañana, tiene hasta suerte de que lo creas. No quiero decir que no debas, pero seamos realistas, fue algo bastante fuerte. Segundo: se fue porque pensaba que te ibas a casar con Dilan. Cuando se entere de que no os habéis casado, sabes que volverá corriendo.

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