Destino

30

Con el New York Times en una mano y una botella de agua en la otra, los pensamientos de Can se vieron abruptamente interrumpidos por el timbre de la puerta. Dejó el agua en una punta de la mesa, se levantó del sofá y miró el reloj. No esperaba a nadie y estaba bastante seguro de que Demet tampoco. Al abrir la puerta, se encontró con Burak en el rellano y se sorprendió.

—Oye, hermano —dijo Burak, pasándose la mano por el pelo—. ¿Tienes un momento para hablar?

Can se encogió de hombros con desgana y se giró hacia la cocina. Se sentó en la isleta y oyó que Burak cerraba la puerta. Burak rodeó la isleta y carraspeó frotándose la nuca.

—¿Es mal momento? Parece que vas a salir…

—Demet y yo vamos a cenar a casa de mis padres —respondió, con una frialdad que no se molestó en ocultar.

—Ah. —Burak hizo una pausa, miró a su alrededor, soltó un fuerte suspiro y volvió a mirar a Can con evidente incomodidad—. Dales recuerdos de mi parte.

Can cruzó los brazos y asintió, impaciente por saber cuándo pensaba Burak ir al grano. Burak lo miró y sacudió la cabeza.

—Lo siento, tío. Tienes razón. Debí acudir a ti. La he cagado mucho con todo esto. Una cosa más de la larga lista de cosas que tendría que haber hecho diferente. —El timbre sordo y cavernoso de su voz tenía un punto distorsionado, agotado y resignado—. Tendría que haber estado a tu lado desde el principio, desde el momento en que me dijiste que necesitabas a Demet, desde que vi cómo ese gilipollas intentaba partirte la cara. No sé qué más decirte, aparte de que entenderé que no quieras volver a dirigirme la palabra.

Mientras veía cómo su amigo sudaba la gota gorda para intentar arreglar las cosas, Can recordó la conversación que había mantenido con Demet antes de acostarse la noche anterior.
Literalmente, lo había acorralado recordándole lo que él mismo había dicho en California. Le había recordado sus palabras incitándola a perdonar a su madre por los errores cometidos y había añadido que, para el caso, Burak merecía el mismo trato. «Perdona rápido y olvida aún más rápido», había dicho exactamente Demet. A pesar de considerar que Burak había empeorado una situación ya de por sí jodida, y a pesar de sentirse traicionado, sabía que albergar esos malos sentimientos contra su amigo no iba a hacer bien a nadie. Burak ondeaba la bandera blanca, lo que debería tener en cuenta. También influyeron un poco las amenazas de darle una paliza que había lanzado Demet, así que intentó eliminar cualquier rastro de resentimiento de los ojos, miró a Burak un segundo y le tendió la mano en un gesto de aceptación de las disculpas.

Burak hinchó el pecho temblorosamente, soltó aire y le dio un firme apretón de manos.

—Gracias, hermano. —Tragó saliva—. Te agradezco que no te rindas con nuestra amistad. Significa mucho para mí.

Can apoyó el brazo en el respaldo de un taburete de al lado y dibujó una sonrisa maliciosa.

—Basta ya de sentimentalismos. Un comentario más y tendré que ir a comprarte unas bragas.

Burak sacudió la cabeza y se rio entre dientes, pero, enseguida, borró la sonrisa y se puso serio.

—Y, entonces, ¿cómo piensas llevar todo esto? Parece una gran putada para ambos.

—Sí. No me lo esperaba, ni Demet tampoco, pero saldremos adelante. —Can se bajó del taburete y sacó una botella de whisky del mueble bar.
Hizo un gesto a Burak con ella en la mano y él asintió, de modo que, tras echar unos cubitos en un par de vasos, sirvió unos tragos y le plantó a Burak uno delante—. La amo y eso es lo único que importa.

Burak asintió.

—¿Qué piensan tus padres?

—Solo lo sabe mi padre —respondió Can. Engulló el whisky, se puso a dar vueltecitas al vaso vacío y miró a Burak un segundo. Can se había quedado en la inopia escuchando el sonido del hielo contra el cristal, mientras valoraba la reacción que iba a tener su madre cuando se lo contaran esa noche—. Ese es el motivo de la cena.