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—Joder, Demet, ¿pero cuántas cosas llevas? —preguntó Olivia mirando la maleta de su amiga mientras se colgaba una mochila al hombro—. Que solo son dos noches, mujer.

Demet levantó la cabeza mientras guardaba el maquillaje en un neceser.

—Tú no te quedas dos noches como yo. Y tampoco llevo tanto.

—Pero si es como si hubieras metido una pequeña ciudad dentro —bromeó ella. Se echó el pelo a un lado y arqueó las cejas—. Pero tienes razón, estarás con Can cuarenta y ocho horas, así que necesitarás suficiente ropa para cambiar de modelito. He oído que le gusta la lencería negra.

—Qué peliculera eres, Olivia. Déjate de suposiciones, ¿de acuerdo? —Fue a la cocina con la maleta y Olivia la siguió para hacerle cosquillas en el costado. Ella se sobresaltó y se echó a
reír mientras la empujaba—. Ah, por cierto, muchas gracias por recordarme que eran dos noches. He tenido suerte de que Alina pueda hacer mis turnos.

Olivia levantó las manos y se encogió de hombros.

—Bueno, pensaba que lo sabías.

Oyeron que llamaban a la puerta y Dilan asomó la cabeza.

—¿Estáis decentes?

Demet hizo una señal a su amiga como si se rajara el cuello y en silencio articulaba el nombre de Can.
Olivia asintió y contestó:

—Pues en realidad no. Ya sabes que ahora me van las tías y tengo a tu novia conmigo en la cocina.

Demet negó con la cabeza y se echó a reír.

—Cierto. Ya me había olvidado, Oliva… digo, Olivia —repuso él acercándose a Demet—. Todos los hombres te han repudiado.

—Vete a la mierda, Dilipollas… digo, Dilan. Es al revés: yo los he repudiado—espetó ella mientras cogía la mochila del suelo—. Y va a venir mi novia, así que mejor que no digas ni mu, capullo. —Este se rio y esbozó una sonrisa pícara tras lo cual besó a su novia en los labios. Olivia puso los ojos en blanco—. ¿Ya ha llegado la limusina?

Demet parecía confundida.

—¿La limusina?

—Cielo, como ya te expliqué, es una fiesta increíble de principio a fin. —Dilan cogió la maleta; lo mucho que pesaba se dejó notar en su bíceps—. Can nos envía una cada año. Y sí, ya está fuera esperándonos. Vamos, que son casi las tres y la hora punta es una mierda. —Dilan salió primero y se fue hasta el ascensor.

Demet cogió a Olivia por el codo y le susurró:

—¿Él está en la limusina?

Olivia negó enérgicamente con la cabeza y contestó:

—No, creo que habrá dormido allí hoy para tenerlo todo listo.

Nada más salir del edificio, Demet se fijó en la limusina Hummer negra y gris. Sonriente, el chófer les abrió la puerta. Cogió las maletas y las bolsas de todos y las colocó en el maletero.
Demet entró después de Olivia y ambas se acomodaron en los asientos negros de piel. Dilan no perdió ni un segundo y se acercó a la barra iluminada para ponerse una copa.

—Siempre empinando el codo, ¿eh? —lo picó Olivia mientras se miraba en su espejito.

Él sonrió con frialdad.

—¿Ahora eres mi madre o qué te pasa?

Demet suspiró.

—¿Queréis dejarlo ya?

—Ha empezado ella.

Como si tuviera cinco años, Olivia arrugó la nariz y le sacó la lengua a Dilan. Demet sacudió la cabeza y volvió a suspirar.

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