Despertó sin querer abrir los ojos al notar un escalofrío que erizó su piel. Pudo sentir la brisa que seguramente entraba por alguna ventana, una brisa que los estremeció a los dos en ese momento. Abrió los ojos y miró a su alrededor comprobando que la chimenea estaba casi apagada, pero que ella tenía otro tipo de calor, uno privado, exclusivo, único e indescriptible. El calor que le brindaba el hombre que la mantenía aferrada entre sus brazos.
Recordó poco a poco la noche anterior y lo hermoso que fue vivirla juntos y a solas. Disfrutaron de la cena, de la compañía del otro y de horas y horas de conversaciones sobre su futuro que se unieron a las caricias y los besos que los llevaron hasta el lugar donde se quedaron dormidos: el sillón de la sala de estar.
Estaban bastante apretados ahí, ambos de lado y él a su espalda, únicamente arropados con una fina sábana que apenas cubría su cuerpo, aunque sí lo hacían sus fuertes brazos, los mismos que rodeaban y mimaban a su hijo que ya comenzaba a despertar.
Si se movía, probablemente se caerían al suelo, pero no quiso hacerlo al sentir que él también despertaba. Cerró los ojos y cuando él aspiró profundamente mientras hundía el rostro en su cabello. Dejó varios besos sobre su hombro, con mucha delicadeza y cuidado de no despertarla, y enseguida fue en busca de su vientre, colocando su gran mano sobre ella y haciéndole sentir su gran sonrisa.
—Buenos días, hijo —lo saludó acariciándolo—. Ya veo que estás muy activo. Será madrugador —Rió hablando consigo mismo mientras ella lo escuchaba fingiendo dormir—. Ayúdame a despertar a mamá, Puntito.
No tardó en obedecer y sintió una fuerte patada por parte de su hijo que la hizo abrir los ojos de inmediato.
—¡Oye! Respeten mis horas de descanso, por favor —se quejó con una leve sonrisa de diversión—. Eso no está bien, Puntito —se dirigió a su pequeño que se removía con entusiasmo apenas escuchaba su voz—. Mamá tiene que descansar porque anoche tu papá...
—Sh —la calló tapando su boca—. Él no tiene que tener los detalles de lo que provocó tu cansancio anoche —Sus palabras provocaron en ella una gran carcajada por la seriedad con la que lo dijo.
—Créeme que sintió muy bien lo que pasó anoche —se burló.
—Mamá y yo solo jugábamos, Puntito —le habló a su pequeño y ella rió más fuerte, dejando que fueran sus besos los que terminasen por despertarla.
—Si sigues así tendrás que contarle a nuestro hijo por qué sus papás juegan tan seguido —lo provocó—. ¿Acaso no estás cansado?
—¿De ti? Jamás —aseguró empezando a besar su cuello, encendiendo de nuevo esa llama de pasión que se avivaba apenas lo tenía cerca.
—¡Purpurina! —chilló al sentir a aquella pequeña trepar en el sillón y saltar sobre ellos para reclamar su atención—. Buenos días, bebé —La tomó llenándola de besos.
—Tesoro, bájala —le pidió, casi rogó—. No podemos...
—Sh. Ni se te ocurra decirlo, amorcito —lo advirtió —. Es nuestra bebé, tu hija —le recordó señalándolo con el dedo—, así que salúdala como se debe —ordenó—. Dile hola a tu papito, bebé.
—Hola, consentida —la saludó al fin mimándola también con algún beso, aunque no tan efusivo como ella—. ¿Dormiste bien?
—Claro que durmió bien, ¿verdad? —Besó sus orejas, recostándola junto a ella para jugar—. Su papi le consiguió la mejor cama de todas.
—Bueno es nuestra hija, ¿no?
—Sí, exacto. Por cierto, debemos contarle a nuestras familias que hay un miembro más a partir de hoy —Él rió y ella lo vio confundida, frunciendo el ceño sin comprender el porqué de su risa—. ¿Qué te causa gracia?
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Pequeña Tentación #BilogíaTentación
RomanceTras unas merecidas vacaciones con su mejor amiga, Regina regresará a los escenarios sin imaginar lo que la vida le tenía preparado. Regalos y notas sin firma la obligaron a buscarlo... Él. Alonso Dávila, la cabeza de una de las mejores agencias de...