Dolía. Dolía como jamás imaginó y ocultarlo mientras trataba de encontrar una solución no le estaba siendo nada fácil. Había repasado, una a una, todas las transcripciones de las declaraciones que los policías habían tomado de cada testigo. Mateo se había encargado personalmente de llevárselas, pero era inútil. Por más que pensaba, repasaba y trataba de encontrar alguna pista, nada la llevaba a ella.
Contaba cada hora y ya habían pasado más de veinticuatro. Un día y medio sin saber de ella. Sin saber cómo, los medios se habían hecho eco de la noticia con demasiada rapidez y lo sucedido había llegado a oídos de los padres y hermana de Regina. Tuvo que atenderlos para explicarles lo sucedido y rogarles calma, prometiendo a sus padres que la encontraría, aunque poniéndoles como condición que no tomaran decisiones precipitadas y volaran hasta allí.
Todos dormían ya, pero él apenas había podido hacerlo por un par de horas cuando el agotamiento ya le ganaba la partida. Escuchó el llanto de su hijo cuando se encaminó por las escaleras y al abrir la puerta vio a su madre pelear con él por darle ese biberón al que habían tenido que recurrir.
—Hijo, qué bueno que llegas. No quiere ni probarlo —dijo, mostrándole que el contenido estaba intacto.
—Ve a dormir, mamá —pidió, acortando la distancia para tomar a su hijo entre sus brazos.
—¿Estás seguro que no prefieres que me quede? —lo cuestionó, siéndole imposible ocultar su preocupación.
—No, tienes que descansar —argumentó—. Llevas todo el día batallando con él, así que ve a dormir.
—Cariño, está acostumbrado al pecho de su madre —le recordó—, por eso no es tan fácil que se alimente con el biberón.
—Lo sé —admitió en un suspiro, tratando de colar la tetina entre sus pequeños labios—, pero tiene que alimentarse de alguna forma mientras ella regresa.
—Está bien —accedió finalmente—. Llámame si necesitas cualquier cosa, no importa la hora.
—Estaremos bien, no te preocupes. Descansa —Besó su mejilla y esperó a que saliera de la habitación.
Ya estando a solas, volvió a intentarlo. Lo miraba y lo mecía. Se sentaba, caminaba... Nada servía porque, al igual que él, extrañaba su aroma y su calor, su voz y sus caricias...
—Por favor, hijo —rogó, esperando que obedeciera y atendiera su súplica—. Voy a traerte a mamá, pero tienes que comer con esto mientras tanto.
Él continuó llorando, porque esa era su forma de hacerle saber que la extrañaba. Desesperado, una idea cruzó por su mente y no dudó en llevarla a cabo. Tomó la bata de dormir de Regina y se acomodó en el sillón, cubriéndolos a ambos con ella. Comenzó a cantarle mientras lo acunaba, a susurrarle sus canciones tal como ella lo hacía. Por un momento, sonrió con tristeza al recordar que cada mañana le cantaba a su hijo mientras comía o cuando intentaba dormirlo. Él estaba tan acostumbrado a su voz que no podía vivir un solo segundo sin escucharla.
—Aquí está mamá —le anunció, sacando su móvil y poniendo muy flojito esa lista de reproducción en la que había guardado todas sus canciones—. Aunque la vida entera tenga que entregar —susurró, acompañando su voz—. Juro que nunca nada nos separará...
Entre susurros le cantó esa canción que ella les había escrito. Su hijo parecía calmarse escuchándolos a ambos y cuando aceptó ese biberón y comenzó a succionar su alimento, como si su vida dependiera de ello, él se rompió. El miedo se hizo presente formando una bola asfixiante en su garganta. Esa opresión de su pecho le cortaba el aire que entraba en sus pulmones y entonces las lágrimas aparecieron porque temía por ella. Temía no poder encontrarla.
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Pequeña Tentación #BilogíaTentación
RomanceTras unas merecidas vacaciones con su mejor amiga, Regina regresará a los escenarios sin imaginar lo que la vida le tenía preparado. Regalos y notas sin firma la obligaron a buscarlo... Él. Alonso Dávila, la cabeza de una de las mejores agencias de...