Epílogo

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CINCO AÑOS DESPUÉS

Miraba embobada a los dos hombres más importantes de mi vida mientras jugaban con la pelota en el jardín. Yo, sentada en uno de los bancos que habían allí, alternaba la mirada entre uno y otro.

Axel pateaba la pelota ligeramente para que llegara hasta Aiden, a quien le costaba frenarla para devolvérsela a su padre. West corría de aquí para allá siguiendo todos los movimientos del pequeño, pues desde que Aiden había nacido no se separaba de él, y al niño le encantaba tener un amigo canino.

–¡Jo, papá, no le des tan fuerte! –se quejó mi pequeño yendo hacia la pelota que no había podido frenar con el pie.

–Si casi ni la toco cuando te la paso –respondió mi marido sonriente.

–Pero tengo las piernas cortas y no me da tiempo a parar la pelota –replicó mi hombrecito con la pelota bajo su brazo.

–No te quejes tanto y pásame la pelota.

Yo miraba la escena sonriente mientras bebía de mi batido de fresa, pero tuve que levantarme rápido y con dificultad cuando Aiden fue a pasarle la pelota a su padre y se cayó golpeándose en la cara.

Me agaché como pude frente a él y Axel hizo lo mismo justo en el mismo momento en el que Aiden se levantaba del suelo. Le aparté el cabello que caía por su carita, contemplé esos intensos ojitos verdes que había heredado de su padre y me aseguré de que se encontraba bien a pesar de que se había manchado la cara por la caída.

–¿Estás bien, campeón? –le preguntó Axel acariciando su cabecita, a lo que Aiden asintió.

–Sí, sólo he tropezado.

–¿Quieres que dejemos de jugar? –le dijo su padre.

–No, me gusta jugar contigo a la pelota –afirmó mi niño sonriente–, pero antes de volver a jugar voy a por un batido de chocolate.

Besé su frente con cariño y me puse en pie con dificulta antes de decir:

–¿Quieres que te lo traiga yo?

–No, pero gracias, mamá –dijo antes de salir corriendo hacia la cocina, y como no, West fue detrás de él.

Axel me miró y le sonreí cálidamente antes de que sus labios se juntaran con los míos en un casto beso. Sus pulgares acariciaron mis mejillas mientras que sus ojos miraban los míos con fijeza con un brillo especial al que nunca me acostumbraría.

–Eres preciosa –susurró con una pequeña sonrisa.

Mi mano llegó hasta su mejilla y le acaricié sin poder dejar de sonreír como una tonta.

–Dímelo mejor cuando deje de estar gorda –respondí, para después soltar una risita.

–Nena, estás fantástica, te lo aseguro –dijo, y volvió a besarme.

–¡Puaj, qué asco! –exclamó Aiden escandalizado–. ¡No os beséis cuando hayan niños delante!

–Yo no veo ningún niño –contestó Axel con seriedad, pero por su manera de mirar a nuestro hijo supe que estaba aguantándose la sonrisa.

–¿Y qué soy yo? –replicó mi hombrecito con las manos en sus caderas.

Entonces Axel sí sonrió y se inclinó hacia delante para tomar en brazos a nuestro pequeño, a quien observó fijamente con una mueca burlona.

–Creo que eres el niño más adulto que he visto en la vida –alegó Axel.

–No puedo ser adulto con cinco años, papá –replicó él bajo mi atenta mirada. Me encantaba verlos juntos; ambos eran el amor de mi vida.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora