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AXEL

Ella estaba devastada.

Masie no estaba en su casa y aunque así hubiera sido no la habría llevado para allá ni muerto, no podía dejar que estuviera lejos de mí en un momento así.

Lo que ese puto espagueti le había revelado la había dejado hecha polvo, se le notaba en su carita y en sus hermosos ojos, incluso en su manera desganada de caminar.

La había traído a mi casa para poder estar con ella el mayor tiempo posible, para poder pasar junto a ella un momento tan duro, para intentar que su dolor fuera más llevadero, aunque no sabía si eso era posible.

Hace mucho tiempo Alessa me dijo que no podía extrañar algo que nunca tuvo y que eso no le afectaba; ahora comprendo que era una manera de engañarse a sí misma, de intentar protegerse del dolor que le causaba saber que sus padres no la quisieron. Pero en realidad, según Luka, sí que lo hacían; la querían tanto que prefirieron dejarla en aquel internado antes de poner su vida en peligro. Y entendía perfectamente cómo debieron sentirse porque yo hice lo mismo que ellos en su momento. Pero eso no volvería a ocurrir.

Ahora más que nunca Alessa me necesitaba, necesitaba a alguien que estuviera con ella en cada uno de sus días, que le demostrara que sí existía alguien que la quería. Necesitaba que no la volvieran a abandonar jamás.

Mi nena estaba hecha un ovillo sobre mi cama, con la cara escondida entre las almohadas, y fui consciente de que mi pecho dolía demasiado al verla así. Odiaba verla sufrir de cualquier modo y esta vez no podía hacer nada para que su dolor desapareciera. Me sentí un completo inútil por no saber qué hacer. Hubiera dado todo lo que fuera por poder sufrir yo y no ella.

Me senté a su lado y ella se removió al notar el colchón hundirse bajo mi peso, pero no sacó la cabeza de debajo de las almohadas.

–Nena... –susurré acariciando su espalda–, tienes que cenar algo.

–No quiero –su voz sonó grave y lejana debido a las almohadas.

–No puedes estar todo el día sin comer –me quejé en un tono preocupado.

Era consciente de que el dolor emocional a veces era peor que el físico, y detestaba la idea de no poder ayudarla en lo más mínimo. ¡No podía siquiera mermar un poco su tormento! Y me sentía la peor de las mierdas por ello.

–Muñequita..., por favor... –susurré sin dejar de acariciar su espalda.

Lentamente, su brazo ascendió hasta que apartó las almohadas y se irguió para sentarse de perfil a mí, pero su cabello castaño escondía su cara y sabía que lo estaba haciendo a propósito para que no la viera tan rota. Fue entonces cuando mi mano viajó hasta su cabello y lo escondí detrás de su oreja para poder verla.

Sonreí con tristeza con el corazón en un puño. Odiaba ver cómo su cara se deshacía en muecas afligidas y dolorosas. ¡Odiaba verla así! Y me odiaba a mí mismo por no poder hacer nada.

Giró su rostro hacia mi dirección lentamente y nuestros ojos conectaron. Esos ojos amarillentos que tan enamorado me tenían estaban hinchados y rojos por el llanto, apagados, tristes, sin vida... Y mi corazón se encogió al ver el rastro de lágrimas rondar por sus mejillas.

Ella asintió con pesar ante mi súplica por que comiera algo. Yo simplemente tomé su mano y la ayudé a salir de la cama, pero antes de bajar al piso inferior la abracé por la espalda y la obligué a caminar pegada a mí. Nuestros pasos eran torpes y descuidados pero no importaba si estaba junto a mí. Nada más importaba si estaba junto a mí.

La calidez inundó mi pecho cuando sentí su pecho vibrar a causa de una pequeña risa de boca cerrada.

–Axel, me voy a caer –dijo con la voz débil, pero noté su sonrisa a pesar de que no la veía.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora