39

1.5K 110 23
                                    

Dolor... intenso, agudo y asfixiante. Así era como se sentía.

Cada contracción se llevaba un poco de mis fuerzas y cada minuto se hacía más doloroso, torturador e increíblemente horrible.

Hacía poco que me habían puesto la epidural, pero aún seguía doliéndome muchísimo. Llevaba casi seis horas dilatando, empujando, deseando que saliera de una maldita vez para poder descansar.

Todo mi cuerpo entero sudaba de una manera horrible. Mi cabello se pegaba a mi cara mojado por el sudor. Mis piernas temblaban, en realidad todo mi cuerpo lo hacía. Mis gritos desgarraban mi garganta con cada contracción, con cada minuto que pasaba.

No podía soportarlo más, era terriblemente doloroso, pero tenía que aguantar hasta estar completamente preparada para que Aiden saliera.

La enfermera me decía cómo debía respirar, pero a mí no me importaba en absoluto. Mi respiración estaba descontrolada, entrecortada y agitada, todo al mismo tiempo. Sentía que mi útero iba a explorar, que mis órganos se contraían para poder empujar. Necesitaba empujar, pero todavía no me dejaban.

–Aguanta un poco más –me pidió el doctor–. Un par de minutos más y la epidural hará su efecto.

–¡No puedo aguantar más! –dije muerta de dolor.

Las manos de Axel acariciaban mi cabeza empapada en sudor para darme ánimos y fuerzas. Vestía un traje verde y una mascarilla para no infectar la sala con los gérmenes de fuera, y me pareció gracioso verle así vestido, pero no iba a reírme. No tenía fuerzas para pensar en nada que no fuera el parto y en lo que iba a tardar en tener a Aiden entre mis brazos.

–Tranquila, muñequita, ya te queda menos –susurró dejando un beso en mi coronilla a pesar de tener la mascarilla puesta.

–¡No me digas que me calme! –grité–. ¡Esto es culpa tuya!

–No fue a mí a quien se le olvidó tomar las pastillas, nena.

–¡Te mato! ¡Juro por dios que te ma...! ¡Aaah! –una contracción me interrumpió.

Vi que el doctor tocaba mi pierna con su mano desde el muslo hasta mi pie.

–Alessa, ¿sientes esto? –dijo tocándome la pierna.

–Algo... un poco, pero sí –pude decir respirando con dificultad.

–Un minuto más, ¿de acuerdo? –dijo el doctor–. Un minuto más y te prometo que podrás empujar.

Asentí no muy convencida y aguanté la siguiente contracción como una valiente, aunque me sentía más débil que una manta.

Axel me observó con esa mascarilla tapando su boca y pude ver por sus ojos arrugados que me sonreía mientras acariciaba mi cabeza. Tomó mi mano y la apretó un poco para brindarme fuerzas, y sí que me las dio porque apreté su mano fuertemente por la siguiente contracción.

–Joder, qué fuerza, nena –murmuró él.

–¡Lo normal cuando te sale un bebé del tamaño de una sandía por ahí abajo! –respondí histérica.

Poco después, muy poco, el dolor fue disminuyendo, pero estaba demasiado nerviosa. No podía creer que un bebé pudiera salir de mí por ahí. Estaba asustada, histérica y nerviosa. No dejaba de sudar, de temblar, de llorar por aguantar las ganas de empujar, pero todo parecía calmarse un poco cuando Axel besaba mi sien con cariño y susurraba palabras dulces en mi oído.

Él era el mejor y yo lo sabía. Jamás podría haber encontrado a alguien más bueno, atento y cariñoso, y su manera de tratarme en un momento como aquel era la prueba de ello.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora