Extra

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Aiden caminaba decidido de la mano de su padre por el centro comercial, a mi pequeño le encantaba venir a sitios como este porque las luces y la variedad llamaban mucho su atención. Era todo un hombrecito curioso que se dejaba impresionar con facilidad.

Axel, mi amor, mi marido, paseaba tranquilamente por los pasillos buscando algún sitio en el que pudiéramos comer los cuatro con calma, pues Aiden se había empeñado en tener una gorra de Los Red Sox, su equipo favorito, y no había quien le sacara la idea de la cabeza, por lo que mi amor decidió que ya que estábamos aquí comeríamos también.

Audrey estaba un poco revoltosa y yo había sido muy ilusa al creer que podría controlarla todo el día en mis brazos, pues había dejado el carrito en casa y creí que se conformaría con que la llevara encima todo el rato. Mi muñequita, como Axel y yo la llamábamos, solo quería bajar para caminar, pues hacía unos meses que había aprendido y desde entonces no quería que la tomaran en brazos, así que la dejé en el suelo y le di la mano para que no echara a correr por los inmensos pasillos.

–¿Podemos entrar a esa tienda de ahí? –preguntó mi hombrecito señalando a su derecha–, a lo mejor ahí sí está la gorra.

Los cuatro nos adentramos a la tienda para buscar la gorra que tanto quería, el pobre Aiden habían entrado ya a cinco tiendas y todavía no había visto ninguna que se le pareciera. Nos separamos al llegar a un gigantesco pasillo en mitad de la tienda, ellos por un lado y mi muñequita y yo por otro.

Audrey y yo, más bien yo, nos dedicamos a buscar la gorra por el lado izquierdo de la tienda, pero resultó que esa parte era la sección de mujer y ya que estaba aproveché para mirar algo de mi gusto para comprarme y darme un capricho, ahora que estaba empezando a tener la figura de antes de estar embarazada de la pequeña no iba a ir por ahí con ropa que me quedara grande.

Audrey se soltó de mi mano y tuve que correr por los pasillos entre perchas y ropa para alcanzarla, pues era pequeña pero corría como el correcaminos. Se escondió debajo de un estante y no veas lo que me costó sacarla de ahí, era igual de testaruda y cabezota que su padre... Gracias a dios, Aiden me ayudaba mucho con ella, era el hermano mayor perfecto.

–Venga, vamos a buscar a papá –le dije tomándola en mis brazos. Mi pequeña se revolvió un poco pero no opuso resistencia por mucho tiempo.

Busqué a Axel y a Aiden por los pasillos de la sección masculina y me costó encontrarles, menos mal que mi precioso marido era alto porque con lo bajita que era yo no podía ver mucho.

La alarma se activó en mi sistema cuando vi a Axel agarrando a un chico por la camiseta y, seguramente, amenazándole, así que me apresuré a correr hasta él porque sabía lo que era capaz de hacer.

–Mira, gilipollas –le decía al chico–, si vuelves a... –le interrumpí.

–¡Axel, ¿qué estás haciendo?! –me interpuse entre ambos para que le soltara y comencé a decirle de todo: que cómo podía intentar amenazar a un adolescente, que si estaba loco..., las típicas cosas que una mujer le regaña a su marido.

Audrey tenía la mirada fija en el chico, quien agarró la gorra que Aiden, detrás de su padre, tanto quería y se la entregó a regañadientes. No entendía qué pasaba porque no estaba aquí para saber el motivo del enfado de Axel, pero sentí la necesidad de disculparme con el chico.

–Gracias –le dijo mi pequeño cuando cogió la gorra.

El adolescente, de ropa oscura y chaqueta de cuero, se quedó parado al escuchar la gratitud con la que Aiden le habló, entonces aproveché para disculparme en el nombre de mi irascible esposo.

–Disculpa a mi marido –le dediqué una cálida sonrisa–, tiene un carácter difícil y... –el chico me interrumpió.

–Aquí todos tenemos mal carácter –contestó, mirando a Axel de mala manera.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora