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Después de un mes volví al hospital a trabajar. Nadie se había quejado ni reclamado mi ausencia, al contrario, la gran mayoría de mis compañeros me preguntaron por el estado de Axel. Les dije que estaba mejorando muy bien y que cada vez podía moverse mejor, y no mentía. Cuando fuimos al parque de atracciones con James y los demás, Axel parecía no haber sido tiroteado. Se pasó el día de aquí para allá, montándose en cada atracción que no fuera demasiado arriesgada para su estado; claramente, yo me negué a que se subiera a cualquier máquina que pudiera hacerle daño, lo que hizo que me ganara muchos ceños fruncidos y quejas por su parte.

Acababa de salir de visitar a un paciente que necesitaba ser dado de alta y se había alegrado mucho al saber que se iba a casa. Me encantaba ver la alegría en sus caras cuando sabían que podían marcharse, a nadie le gustaba estar en un hospital demasiado tiempo.

Iba caminando hacia la sala de enfermería a paso rápido porque tenía que revisar un expediente antes de irme a casa, pero las náuseas me interceptaron a medio camino y tuve que desviarme porque no pude aguantar las ganas que tenía de vomitar.

Entré al primer aseo que encontré sin fijarme si era para hombres o mujeres, sólo necesitaba vomitar. Prácticamente metí la cabeza en el váter y dejé que saliera y saliera. Devolví tanto que creí que era el desayuno y la cena del día anterior. Estar embarazada estaba acabando conmigo, odiaba sentir que la comida salía de mi estómago, la barriga me dolía casi todos los días, y no podía oler a carne porque si no vomitaba de nuevo... Era horrible. Y lo peor de todo es que todavía Axel no sabía nada.

Me enjuagué la boca con agua y me lavé la cara antes de salir del aseo. Por suerte sí había entrado en el de mujeres y nadie se había dado cuenta de lo que acababa de hacer.

Reanudé la marcha hacia la sala de enfermería y revisé el expediente que me faltaba para poder marcharme cuanto antes. Mi estómago estaba demasiado inestable ese día y sólo tenía ganas de estar en casa o dormir. Cuando terminé, me quité el uniforme y me puse mi ropa, me despedí de mis compañeros y salí hacia el aparcamiento.

Estaba deseando llegar a casa y meterme bajo las sábanas de mi cama para no salir hasta el día siguiente. Masie hacía varias noches que no dormía en el apartamento, pero no podía reprocharle nada porque yo estuve demasiado tiempo en casa de Axel asegurándome de que mejoraba, y tampoco me molestaba que durmiera con Sean. Entendía perfectamente que quisiera estar el mayor tiempo posible con él puesto que yo también deseaba siempre estar con Axel.

El tráfico al atardecer era de lo peor. Todo el mundo salía del trabajo a la misma hora y la gente parecía estar tan desesperada por llegar a su casa como yo. Tardé unos minutos más de lo que esperaba en llegar frente al edificio en el que vivía, pero cuando estacioné mi vehículo me sentí aliviada incluso antes de entrar.

Como esperaba, Masie no estaba. Me duché, me puse el pijama y fui hacia la cocina para ver qué podía cenar; lo que solía hacer normalmente. Puse una película, que me pareció un poco mediocre, y así pasé los primeros veinte minutos desde que me puse a cenar hasta que alguien llamó a la puerta.

Mis cejas se alzaron por la sorpresa al ver esos brillantes ojos verdes que tan bonitos me parecían. Los brazos se me movieron por sí solos para enrollarse alrededor de su cuello y mis labios se posaron sobre los suyos cuando sus manos encontraron mi cintura.

–¿Qué haces aquí? –pregunté más que contenta cuando me separé un poco.

–No es justo que tú siempre estés en casa y que yo no venga a verte –respondió sin soltarme.

–Has estado mal, tienes excusa.

–No lo es si se trata de mi nena –dijo, y besó la punta de mi nariz.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora