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AXEL

Daba vueltas en mi cama pensando en todo y en nada a la vez. Eran las tres de la mañana pero yo no podía conciliar el sueño debido a Alessa.

Verla en la habitación de hospital de mi abuelo era lo último que esperaba y no pude reprimir mi asombro. Llevaba los últimos meses pensando en ella cada día, rezando por que estuviera bien y que todo en la vida le fuera como siempre quiso.

Durante esos seis meses me martiricé mentalmente por el daño que le había causado al dejarla. Juro que el corazón se me partió cuando escuché la súplica en su voz, implorándome que no la dejara, que siguiera a su lado, pero no podía hacerlo. Yo todavía tenía asuntos que resolver, cosas que podían perjudicarla de nuevo, y no iba a permitir que nadie le tocara un solo pelo de la cabeza.

Me sentía como un puto muerto viviente todo el tiempo desde que decidí dejarla; apenas comía, apenas hablaba, apenas pensaba... Lo único que ocupaba mi cabeza era su descompuesto rostro lleno de lágrimas... Y me sentía la mayor mierda por ser el causante de su sufrimiento.

Pero todo cambió cuando la vi de nuevo.

Algo cálido se instaló en mi pecho cuando nuestros ojos conectaron en aquella habitación de hospital, donde, posteriormente, mi abuelo me hizo demasiadas preguntas a las que yo no respondí. Sentí como si volviera a renacer y fue cuando supe con certeza que seguía enamorado de ella hasta los huesos.

En cierto modo, no le mentí a Alessa diciéndole que había cambiado, pues lo que había cambiado en mí era la obligación de mantenerla alejada. Yo todavía tenía un par de asuntos pendientes, pero al menos uno de ellos estaba totalmente controlado y ya no pondría en riesgo la seguridad de mi muñequita. ¿Por qué no volver a empezar, entonces? Sin secuestros, sin miedos, sin secretos... sólo ella y yo juntos de nuevo.

Si ella me pedía que le demostrara que no volvería a dejarla, que no volvería a hacerla sufrir nunca más, tenía que trabajar duro. Le demostraría todo el amor que sentía hacia ella y más porque Alessa lo era todo para mí. Tenía un par de ideas en mente para ganarme su confianza de nuevo y cuanto antes pudiera realizarlas antes la tendría de vuelta en mis brazos, así que me pondría a ello por la mañana.

Me levanté de la cama y deambulé por la casa hasta llegar a la cocina para hacerme un café porque a esas horas ya no iba a poder dormir tranquilo. Con la taza en mi mano, salí al jardín trasero y me senté en uno de los bancos mirando al oscuro cielo, recordando cómo se sentía estar abrazado a Alessa, como me sentía al estar muy cerca de ella, y eso produjo que el vacío de mi pecho volviera a aparecer.

El puto bicho vino corriendo hasta quedarse parado a mi lado. Me olió y se sentó en el suelo poniendo una de sus patas delanteras sobre mi pierna. Parecía como si él sintiera que yo estaba triste y quisiera consolarme, o eso creía. Sabía muy bien que el animal también la extrañaba tanto o incluso más que yo porque el primer mes casi que no quiso comer. Tuve que empezar a prestarle un poco más de atención porque pensé que el perro se moriría de pena y era consciente de que Alessa jamás me lo perdonaría. Así que no tuve más remedio que jugar con él y sacarlo a dar largos paseos por el bosque. Gracias a eso, el ánimo de West mejoró mucho, pero yo sabía que la echaba de menos todavía.

Puse una mano en su cabeza y acaricié detrás de sus orejas.

-Yo también la extraño, West -murmuré en voz baja.

El perro pareció entenderme ya que soltó una especie de suspiro.

-No te preocupes, pronto volverá con nosotros.

Quizá otra persona que me viera pensaría que estaba loco al hablarle a un animal, pero el puto bicho era el único con el que podía hablar sinceramente sin reprimir mis sentimientos, además de que también creía con firmeza que era el único que entendía mi dolor.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora