37

1.6K 107 41
                                    

Semana treinta y cuatro, octavo mes de embarazo... y no me veía los pies.

Estaba gorda, gordísima. Tenía los tobillos hinchados, los ojos con una ojeras enormes, estaba más rellenita y la barriga me pesaba una barbaridad. Con el tamaño de mi vientre sólo podía pensar que el bebé iba a ser enorme, y no quería ni imaginar cómo iba a salir algo tan grande por un abertura tan estrecha. De pensarlo me entraba el pánico.

Acababa de terminar de ducharme y con dificultad pude ponerme los pantalones, el sostén fue más fácil, pero me había equivocado al escoger la camiseta que iba ponerme porque ahora ya no me venía bien. Abrí la puerta, sabiendo que Axel estaba en la habitación, y le llamé.

–Cielo, ¿puedes traerme un vestido? –le pedí, arrepintiéndome de los pantalones que había elegido.

–¿Cuál? –escuché que dijo.

–El que sea.

Mientras esperaba, intenté quitarme los pantalones, pero era una tarea demasiado difícil y tuve que sentarme en el váter para ver si así lo lograba. Pero no.

Axel entró justo cuando empezaba a ponerme histérica al no poder quitarme la dichosa prenda porque con la enorme barriga los brazos no me llegaban al final de las piernas.

Él soltó una pequeña risa y yo resoplé molesta por saber que se reía de mí.

–Déjame que te ayude –se ofreció sonriente. Pero, como yo ya estaba molesta por haberse reído, me negué.

–No, puedo yo sola.

Axel sonrió con arrogancia y dejó el vestido sobre el lavabo para cruzarse de brazos sin dejar de mirarme con burla.

–Vale, a ver cómo lo haces –me retó.

Reprimí las ganas que tenía de gritarle que se largara y procedí a intentar quitarme los pantalones otra puñetera vez, pero fue en vano. No llegaba con las manos y retorciendo las piernas tampoco conseguía nada.

Y Axel volvió a reírse.

–¡Deja de reírte de mí! –grité sintiendo que las lágrimas se agolpaban en mis ojos.

Estaba más sensible de lo normal desde que me quedé embarazada. Las hormonas no me daban tregua y tenía ganas de llorar y de gritar por todo. El semblante burlón que Axel tenía en aquel momento me hizo querer golpearle y gritarle que dejara de ser tan imbécil, pero me aguanté y resoplé frustrada.

–No me estoy riendo de ti –respondió acercándose a mí.

Se agachó delante de mí y comenzó a tirar de mis pantalones para poder quitármelos de una vez mientras yo miraba hacia otro lado enfadada y con los brazos cruzados sobre mi enorme barriga.

–Claro que lo haces –contesté molesta–. Siempre te ríes cuando algo se cae al suelo y yo no puedo agacharme a recogerlo.

–Nena, no me río de ti –dijo una vez que me liberó de la prenda–. Me hace gracia que te enfades por no poder moverte tan ágilmente como antes, pero nada más.

–Eso es porque estoy gorda –alegué sintiendo que más lágrimas se acumulaban en mis ojos.

Me levanté del váter, dejando a Axel arrodillado en el suelo, y caminé hacia el lavabo donde el vestido se encontraba.

La imagen del espejo frente a mí me dio más ganas de llorar, pero también estaba contenta porque sabía que quedaba poco para conocer a nuestro bebé. Toqué mi panza con las manos sin dejar de mirar mi reflejo y sentí que algo se movía en mi interior.

–No estás gorda, muñequita –dijo Axel detrás de mí. Había estado tan ensimismada viendo mi reflejo que no me había dado cuenta de que mi amor estaba tras mi espalda. Me abrazó desde atrás posando sus manos en mi barriga y apoyando su barbilla en mi hombro–, estás el doble de buena.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora