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Petrificada. Así es exactamente como me encontraba, totalmente congelada en mi lugar. Sabía que estaba viva porque podía sentir el corazón bombeando contra mis costillas, porque ni siquiera notaba que respirase.

El hombre de la silla de ruedas frente a mí también estaba en la misma situación que yo, no se movía, no hablaba, parecía que no respiraba. Nuestros ojos estaban fijos en los del otro y ninguno de los dos se atrevía a hablar primero.

Sentía que el mundo daba vueltas a mi alrededor pero, a la vez, el tiempo se había detenido. Mi cuerpo entero comenzó a temblar y noté que las lágrimas trepaban hasta llegar a mis ojos. Una mezcla de felicidad y tristeza se hacía cada vez más grande en mi pecho y juro que jamás me había sentido tan extraña. Quería preguntarle tantas cosas, quería saber tanto... pero al mismo tiempo no podía hablar. Mi garganta estaba obstruida con varios nudos y mi estómago estaba cargado de nervios.

Su imagen parecía algo descuidada, no lo voy a negar. Su cabello castaño entrecano estaba revuelto y llevaba una barba de varios días, incluso semanas. Sus facciones estaban marcados por las arrugas y sus cejas eran espesas. Sus brazos parecían fuertes y supuse que era debido a tener que empujar todo su peso en esa silla de ruedas. Y sus enrojecidos ojos... sus ojos eran de un marrón muy singular, un marrón amarillento que me confirmaba que sí era él, que sí se trataba de mi padre.

–No puedo creerlo... –susurró en voz muy baja, se notaba que le costaba hablar.

–Es ella, Alessandro –murmuró Luka con serenidad–. Te lo puedo asegurar.

–¿Ella es mi...? –tuvo que dejar de hablar porque las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, e instantáneamente las mías también salieron. Tapó su rostro con ambas manos y se permitió llorar con fuerza–. Oh, dios, te pareces tanto a ella. No puedo creerlo, no puedo creer que estés aquí.

Mis pies se movieron por sí solos y me condujeron hasta él. Todo mi cuerpo temblaba pero eso no me impidió agacharme frente a él y posar mis manos sobre sus antebrazos para destapar su cara. Quería volver a ver su rostro de nuevo, quería comprobar que era real, quería saber en qué facciones me parecía a él y en cuáles no. Necesitaba saberlo todo y, al mismo tiempo, no necesitaba preguntar. Fue como si en ese momento no necesitara información, como si toda yo quisiera asegurarse primero de que lo que estaba viviendo era real.

Mi rostro lleno de lágrimas estaba frente al suyo. Los mismos ojos que había visto frente al espejo a lo largo de mi vida ahora me observaban desde otra perspectiva. Luka tenía razón, yo sería igual que mi madre, pero mis ojos los había heredado de él.

Su cara estaba deshecha en una mueca que me pareció triste y a la vez feliz, no supe cuál de las dos era realmente. No sabía si se alegraba de conocerme o si, por el contrario, le recordaba tanto a mi madre que lo detestaba.

Me obligué a tragar saliva. No había ido hasta allí para quedarme callada, no podía volverme muda justo en ese momento. Necesitaba que supiera que yo también me sentía igual que él. Necesitaba que me contara todo lo que Luka me contó acerca del día que me dejaron en aquel internado. Necesitaba saber tantas cosas que no sabía por dónde empezar.

Mis manos no habían soltado sus antebrazos cuando, tomando una profunda respiración, me atreví a hablar.

–He... he soñado con esto toda mi vida –mi voz salió quebradiza y susurrante debido a las miles de emociones que sentía.

El sonrió sin dejar de llorar.

–Yo también.

–Te he imaginado de tantas maneras que... –comencé a decir, pero me interrumpió.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora