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Acababa de llegar al hospital. Me había puesto el uniforme y me reuní con mis compañeros rápidamente para preparar la operación que teníamos programada dentro de una hora.

La intervención en sí no era muy complicada, pero, como en todas las operaciones, siempre había un mínimo de riesgo. Por suerte Jason, el cirujano, había hecho este tipo de operación tantas veces que podría volver a hacerlo con los ojos cerrados.

Como siempre, yo estaba un poco nerviosa. Todavía no le había perdido el miedo del todo a tener que ver el interior de una persona, pero me estaba acostumbrando poco a poco.

-Después de quirófano podríamos ir a tomar un café -propuso Jason, pero me di cuenta de que me lo decía a mí.

No supe qué responder. Jason casi todos los días me proponía ir a la cafetería pero yo siempre rechazaba su oferta porque algo me decía que quería tener algo más conmigo que una relación estrictamente profesional.

-No creo que pueda, tengo pacientes que revisar y... -por suerte, alguien reclamó la atención de Jason en ese momento y pude dejar de hablar. Nunca tuve que rechazar a nadie antes, sólo cuando creí que James intentaba ligar conmigo, así que no sabía muy bien cómo actuar.

La hora de la operación llegó y, tras casi una hora en el quirófano, resultó todo un éxito.

Tiré los guantes y la mascarilla a la basura, me lavé las manos y me quité la bata para que la llevaran a la lavandería. Después dejé mi pelo suelto y procedí a visitar a los pacientes que me tocaba revisar antes de poder tomarme un descanso.

Visité a una señora de la segunda planta que mejoraba considerablemente conforme pasaban los días. La pobre mujer estaba deseando irse a su casa para estar con sus nietas.

Pasé por la habitación de un hombre que se recuperaba lentamente de una operación, pero poco a poco iba mejorando. También visité a una chica menor que yo a la cual sus padres no la dejaron ni un minuto sola, sólo cuando entró al quirófano. Me dio un poquito de envidia por tener a sus padres tan pendientes de ella, pero ya estaba acostumbrada a no tener cariño parental.

Tras más de una hora deambulando por los pasillos y asegurándome de que todos mis pacientes se encontraban bien, fui hacia la máquina de snacks en busca de algo de chocolate que llevarle al señor Ricci. Me ponía de los nervios imaginar que podía encontrarme con Axel de nuevo, pero no por ello iba a dejar de visitar a ese pobre hombre que había estado solo casi dos semanas.

Sin duda, Axel me había demostrado que como pariente de un enfermo dejaba mucho que desear. El pobre Carlo Ricci había estado solo todos los días hasta que vi a Axel en su habitación. Era un nieto horrible. Bueno, un nieto y un ex novio horrible.

Sin proponérmelo, había llegado hasta la habitación trescientos cinco sin dejar de pensar en él y en sus puñeteros ojos verdes. Me odiaba a mí misma por no poder odiarlo a él porque, después de todo, seguía enamorada del hombre que me aceptó como pago. Pero era consciente de que eso se iba a acabar pronto. Dejaría de tener sentimientos hacia él dentro de poco, lo podía notar en mi interior. En muy poco tiempo, Axel sería una persona a la que olvidaría por completo.

-Buenos días -saludé al entrar a la habitación-. ¿Cómo está hoy?

-Bene -respondió con una sonrisa-. ¿Y tú?

-¿Yo? Genial, como siempre -contesté revisando que tuviera la bolsa llena de suero.

-¿Seguro? -inquirió con una ceja alzada y una sonrisa.

Suspiré pesadamente.

Supe que se refería al incidente con su nieto el otro día. No sabía si Axel le había contado algo, por lo tanto no quise darle información. Así que, me senté en el sillón a su lado e intenté mantenerme serena para empezar con la conversación que sabía que no podía evitar.

Nada más importa si estás junto a mí (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora