Capítulo 1: El indefenso Kaulitz.

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Los inviernos en Leipzig pasaban tranquilamente. Las calles regocijaban entre el sol que se ocultaba detrás las nubes grisáceas. El frio se colaba entre la tela más gruesa y lograba calar hasta los huesos más fuertes. En una ciudad tan pequeña y tranquila como esta, no se puede esperar nada más que felicidad y armonía, sin embargo no todo en la vida es color de rosa; el sol sale demasiado rápido para algunos, mientras que para otros este parece nunca brillar y quedarse siempre en tinieblas…

—¿¡Cómo te atreviste!? ¿¡Respóndeme!? —gritaba un chico rubio y alto, de porte rebelde y a la vez apuesto; mientras golpeaba con gran saña aquel chico.

En algún callejón escondido, en la zona más obscura de esa fría cuidad, donde ni siquiera el más valiente se atrevía pisar, donde las ratas más rastreras se aprovechaban de su poder para acabar con los más débiles.

—¿No tienes nada que decir Kaulitz? —preguntó. Su puño dio contra el estómago del chico.

—Déjame —suplicó retorciéndose de dolor por el impacto.

Recibió otro golpe en la cara y uno más en la boca destrozándole el labio. Borbotones de sangre salían con cada golpe.

—Por favor —rogó como pudo una vez más, sólo que en esta ocasión hasta su voz se escuchaba rota.

Su cabellera hecha de rastas caía sobre su rostro y en él se dibujaba una expresión que conmovería a cualquiera, cualquiera excepto al agresor y su pandilla de vándalos.

—¡Shane! ¡Shane! ¡Shane! —coreaban los espectadores.

—Así que te atreviste a ir de chismoso con la policía, ¿no?—masculló el enfurecido joven.

Tom Kaulitz era quien estaba siendo torturado en esa helada noche. Kaulitz el inadaptado, el solitario, la basura, como le nombraban la mayoría que lo conocía del barrio y como le decía Shane; Shane Abad, el más fuerte y el controlador de una enorme pandilla de barbaros. Esa clase de pandilla donde no soportaban ver a alguien débil y sin fuerza porque disfrutaban de ver sufrir y suplicar. Tom había ido a la policía a denunciar las agresiones que recibía diariamente, pero para su mala suerte los encargados eran conocidos del padre Shane y por supuesto él se había enterado.

—Por favor, déjame —suplicó Tom una vez más sin fuerza en la voz y en todo su cuerpo.

Shane tomó del cabello al chico sin compasión y lo jaló hacia él con rudeza hasta lograr levantarlo.

—Así me gusta, Kaulitz, que supliques como la marica que eres. Así aprenderás a no andar de bocón, de cualquier manera nadie te creerá —escupió con odio y burla.

Sus demás compañeros comenzaron a reír en diabólicas carcajadas al ver como el indefenso y ahora masacrado chico temblaba de pie a punto de desplomarse.

—¡Acaba con él, Shane! —gritó animándolo uno de la pandilla que miraba fascinado el espectáculo.

—¡Sí! ¡Acaba con esa porquería! —gritó uno más entre carcajadas.

—Por favor —susurró Kaulitz, por última vez—. Te juro que nunca lo volveré hacer —aseguró con voz débil. Sintió como las gotas de su sangre le recorrían el cuello para perderse dentro de su camiseta y como su rostro punzaba de dolor.

—Estoy seguro de que no eres tan estúpido como para volverlo hacer —afirmó complacido Lamb, al ver el rostro de sufrimiento del chico.

—Sino considérate hombre muerto —concluyó Shane con una atemorizante sonrisa.

A pesar de que esta situación tan humillante se había vuelto para él ya una rutina, no podía acostumbrarse a semejantes palizas y mucho menos no hacer algo para evitarlo. Pero él ahora sabía con mayor certeza que si se revelaba ante el montón de adolecentes fortachones iba quedar hecho polvo y ahora lo estaba comprobando. Había sido una muy mala idea tratar de buscar una solución.

A veces, aunque supliques al cielo,

aunque pidas ayuda divina,

parece que el mundo donde tú vives está vacío.

Nadie te escucha, nadie está ahí para protegerte

y no puedes hacer nada más que esperar que las cosas algún día cambien…

Habían pasado ya dos horas y lo único que se escuchaba en el obscuro callejón eran los quejidos de un alma destrozada. Se quedó ahí abrazado a sus piernas después de que la pandilla de jóvenes desquiciados se cansaran de él, después de que lo apalearan y lo insultaran.

Todo empezó dos años atrás cuando Kaulitz era popular en todo el barrio, cuando las chicas estaban a sus pies y cuando la gente le tenía respeto, de hecho desde muy pequeño era adorado por todos. Tom jamás había deseado ser como ellos, así que se negó una y mil veces a formar parte de sus bandas y ese fue uno de los principales motivos por lo que toda la pandilla lo comenzó a odiar hasta lograr que la fama se convirtiera en aborrecimiento, hasta lograr que las chicas huyeran asqueadas de él, hasta lograr que quedara completamente solo y hacer de su vida un verdadero infierno.

Kaulitz nunca había sido un chico problema o alguien que se metiera con la gente, pero por tener tanto carisma con la chicas la mayoría de los chicos del pueblo lo odian. Él lo sabía y a veces no comprendía cómo era que existían personas como ellos en el mundo. Se cuestionaba millones de veces que era lo que había hecho para merecer tal castigo. ¿Era una mala persona? No, claro que no. Kaulitz era el mejor de todos pero ahora nadie parecía notarlo…

Se puso de pie tambaleante y se sacudió los pantalones, se acomodó la camiseta y se dio cuenta que la habían roto. Ahogó un gemido de dolor y observó a su alrededor en busca de su chaqueta negra. No estaba, seguramente esos malvados se la habían llevado para hacerlo sufrir más de lo que ya estaba sufriendo. Se acomodó lo mejor que pudo la camiseta y resguardó sus manos dentro de los bolsillos del pantalón para darse un poco de calor;  el frio le calaba hasta los huesos y esto hacia que le dolieran más los golpes. No trató de limpiarse las heridas, pero estaba convencido que a casa jamás podría llegar en ese estado, su madre se moriría de la impresión, así la mejor solución era ir de nuevo con Faber, su único amigo. Emprendió           camino por las obscuras calles rogando no encontrarse con esos malvados, con el rostro sombrío, el cuerpo punzándole de dolor y culpándose por la vida que le había tocado.

Llegó a duras penas a casa de su amigo y tocó más de tres veces y al final supo que no había nadie en casa. Suspiró resignado y un poco asqueado de la suerte que traía consigo. Trató de limpiarse los restos de sangre que estaban por todo su rostro y cuando se sintió menos sucio comenzó a caminar alejándose de esa casa.

PD.- Foto de Shane.

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