18

200 7 0
                                    

La mañana al fin había llegado, la señora Elizabeth se había despertado desde muy temprano para saber qué noticias tendría de su hijo, el doctor aún no podía cantar victoria, pero Joaquín había pasado buena noche, sin problemas y esa era una buena señal. Epigmenio el reafirmaba al doctor que no escatimara en gastos ni esfuerzos que quería lo mejor para que Joaquín saliera de esa situación y Elizabeth se sentía afortunada de tener a un hombre que se preocupaba tanto por sus hijos.

-Doctor, ¿cree que pueda pasar a verlo? –dijo lo mujer nerviosa.

-Sí, yo también quiero verlo –se levantó Renata de su lugar.

-Claro que pueden verlo, pero una persona a la vez –respondió el doctor tranquilamente –Ahorita le digo a una de las enfermeras que las acompañe.

Al entrar a la habitación de terapia intensiva Elizabeth observó cómo su hijo estaba conectado a diversas maquinas que le brindaban medicamentos y marcaban su estado de salud. Eso hizo que su estómago se revolviera un poco al recordar aquel accidente dónde su esposo murió. Joaquín tenía un aspecto bastante preocupante y temía demasiado por su vida, pero salió adelante, tenía ganas de vivir. Sin embargo, después de la muerte de su esposo, su pequeño había caído en una profunda depresión que hizo que su recuperación fuera lenta, desgastante y Elizabeth temía que su hijo dejara de vivir.

Hasta dónde tenía entendido, mucho en la vida de Joaquín, lo poco que había reconstruido se caía a pedazos lentamente. Su matrimonio había sido un fracaso, su hogar, el lugar dónde reconstruyó su corazón ahora no le pertenecía y la imagen del segundo padre que tuvo también había sido dañada. Aquella mujer que miraba a su hijo entre la vida y la muerte temía que este no encontrara motivos para aferrarse y no pudo evitar soltar las lágrimas.

-Hijo, mío –le sonrió y se acercó para tomarle la mano –Menos mal, pasaste buena noche. Verás que te recuperarás pronto. No tienes idea el miedo que tuve de perderte; afortunadamente el doctor dice que estás estable y me siento más tranquila.

Se acercó para poder escanear cada aspecto de su hijo, por fortuna, había recuperado un poco de color a comparación con el día anterior cuando lo vio mientras lo subían a la ambulancia. Sus ojos se desviaron a la bonita flor que descansaba en la mesa junto a la cama.

-Disculpe, ¿y esa flor? –dijo confundida –Pensé que nadie había entrado a verlo.

-Según me dijo mi compañera, la trajo su esposo –le sonrió –Al parecer, se coló a la habitación en plena madrugada.

- ¿Mauricio hizo eso? –la enfermera desconocía el nombre por lo que sólo se encogió de hombros. A Elizabeth se le hacía extraño ya que desconocía que él supiera del accidente, aunque claro, los chismes corren en el pueblo –Vaya, parece que él sigue muy enamorado de mi niño; es una lástima.

Al salir de la sala de terapia intensiva Elizabeth que encontró con Epigmenio con gesto cansado y un Alejandro Zarate un poco más animado. Epigmenio le acababa de comentar la ligera mejora en el joven Bondoni y eso lo había entusiasmado. Al notar a Elizabeth, de inmediato corrió para saludarla.

- ¿Cómo está, Joaquín? –preguntó tratando de no mirarse tan ansioso; ni él ni la señora Gress eran conscientes de la mirada penetrante que Epigmenio le daba al mayor de los Zarate.

-Tiene mejor semblante –le sonrió –Pero, dice el médico que habrá que esperar.

-Bueno, mi hermano está abajo con algunos de mis trabajadores para donar sangre. Yo mismo también iré a donar de una vez.

-Hay, Alex, eres un ángel –Renata lo tomó de las manos –Cómo me alegra que hayas regresado.

-Yo le tengo mucho cariño a toda tu familia, Renata. Así que, siempre podrán contar conmigo. Pero, deberían ir a descansar, estuvieron toda la noche. Yo me quedaré al pendiente.

"La Chula" -AU EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora