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Después de la cena, Elizabeth se dirigió a su habitación para poder descansar. Se sentía demasiado intranquila y muchas cosas pasaban por su mente. Aquellos pedazos de pasaportes quemados, se repetían constantemente en su memoria y seguía sin dar crédito. Al entrar a su habitación, observó a Epigmenio sentado en la cama, quitándose lo zapatos, parecía que iba a meterse a bañar.

Entonces Elizabeth recapituló toda su historia. Renata una vez le había preguntado si podía contestar cosas sencillas sobre él, como su familia o trabajo. Cuando lo conoció, ella estaba encantada porque era un hombre muy atractivo que la había asistido con una llanta ponchada en plena carretera. Salían a comer, principalmente, pero Epigmenio se dedicaba más a saber de la vida de Elizabeth que de mencionar algo sobre la suya. Para ella, era agradable contar con alguien que estuviera dispuesto a escucharla con tanta atención.

Sin embargo, tenía que admitir que su vida de casada estaba muy lejos de ser una feliz. Epigmenio se había vuelto cerrado, misterioso y hasta hostil con ella y, hasta cierto punto, Elizabeth tenía la sensación de haber sido manipulada para quedarse a vivir ahí. Era cierto que ella prefería vivir en casa de Epigmenio recién casada, pero su preocupación y el deseo de darle su lugar a su esposo, la hicieron pasarlo por alto. Ahora entendía que quizá debía haber prestado más atención a los detalles.

- ¿Qué te pasa, Elizabeth? -la voz molesta de Epigmenio la regresó a la realidad y la hizo ponerse nerviosa -No tienes buena cara...

-Solo estoy preocupada por la situación del rancho -trataba de decir tranquila. -Joaquín se veía muy preocupado.

-Si me dejara ayudarle, nada de esto estaría pasando -Elizabeth realmente no entendía esa necesidad tan intensa que tenía su esposo con involucrarse con las cosas del rancho. Él no era ganadero y Joaquín ya estaba acostumbrado a llevar las riendas del negocio de una manera eficaz. -Tu hijo es muy terco.

-Nadie conoce el rancho mejor que él. Seguro sabrá qué hacer -Epigmenio la miró mal y por ello, Elizabeth sintió sus nervios crecer.

- ¿Del lado de quien estás? -la mujer no pudo contestar, y Epigmenio rodó los ojos.

-Claro que, del tuyo, mi amor -soltó con un poco de temor y se acercó a su buró para comenzar a desmaquillarse -Oye...me estaba preguntando, ¿no tenemos que hacer algún trámite para legalizar nuestro matrimonio? -el hombre la miró confundido -Lo digo porque nos casamos fuera del país.

-No, nuestro matrimonio es tan legal como si nos hubiéramos casado aquí. -dijo seguro, aunque, no esperaba una pregunta como aquella - ¿Por qué?

-No nada más -sonrió -Es que como nunca vi el acta de matrimonio, no sabía si teníamos que hacer algún otro trámite. Y, ¿dónde está, por cierto?

- ¿El acta? -se levantó de la cama un poco incómodo -Pues en mi casa; ahí están todos los documentos importantes. ¿Para qué la quieres?

-Para verla -rio un poco nerviosa. -Es mi acta de matrimonio.

-Bueno, si tanto te urge, luego te la traigo -tomó su ropa y se metió al baño. -Me voy a bañar.

-Si, mi amor -sonrió de lado.

Elizabeth se quedó pensando en su boda en Las Vegas; concluyó que quizá no le sería de mucha ayuda para lo que Santi necesitaba. Según recordaba, ambos habían firmado aquella acta, pero en ningún momento le solicitaron las huellas dactilares. Necesitaba algún otro documento con eso y si los documentos importantes estaban en su casa, sería muy difícil de conseguirlos. En cuanto escuchó la regadera del baño, rápidamente tomó la cartera de Epigmenio y sacó su credencial de elector. Era el único documento que se le ocurría que podría servirle. No dudó en bajar al despacho para hacer uso de la maquina fotocopiadora que ahí tenían y poder sacar copias de ambos lados a la credencial.

"La Chula" -AU EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora